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Columna
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Libre comercio, EE UU y Europa

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Esta semana, durante su viaje a Estados Unidos, el presidente Aznar lanzó la solemne propuesta de crear una zona de libre comercio entre Estados Unidos y la UE. No debe sorprender que su declaración fuera ignorada olímpicamente por la prensa internacional, pues España pesa cada vez menos en la formación de la política de la UE y, además, en la discusión del problema más importante que tiene la Unión en cuanto a la liberalización comercial -la política agraria común- España se ha mantenido al lado de los países más proteccionistas, y en contra de las propuestas más liberalizadoras de la Comisión y de los países del norte.

No obstante, una política exterior española más pragmática y que pensase menos en declaraciones altisonantes debería intentar que Estados Unidos y Europa fueran más activos en lo que concierne a la liberalización del comercio mundial. Por ejemplo, impulsando los procesos de integración regional. Es verdad que muchos estudiosos critican que la liberalización comercial se haga a nivel regional porque produce efectos de desviación de comercio y se pierden las ganancias que proporciona una liberalización generalizada. Esto es cierto en teoría, pero en la práctica los procesos de liberalización regional, como ha demostrado el mismo Mercado Común, no han perjudicado el comercio mundial, sino todo lo contrario.

Por eso, la ampliación de la UE o el Nafta hay que verlos como pasos positivos en lo que concierne a la liberalización. Por lo mismo hay que lamentar que la Cumbre de Monterrey haya fracasado en lo que concierne a volver a lanzar las negociaciones de una zona de libre comercio para América Latina. Los nacionalismos de Argentina y Brasil han sido los principales responsables del fracaso, pero la posición norteamericana, positiva en principio, tampoco mostró muchas ganas de entrar en la discusión cuando Brasil y Argentina exigieron una liberalización más activa de su agricultura. Una segunda área donde deberían trabajar conjuntamente Estados Unidos y Europa es en el establecimiento de un liderazgo conjunto para acelerar la Ronda Doha, el desarme multilateral.

Da la impresión de que podemos asistir pronto a una nueva guerra comercial con China

Deberían ponerse de acuerdo en convocar una reunión en Hong-Kong que pueda relanzar la ronda, en vez de escribir cartas como la del negociador americano publicada esta semana, cuya finalidad obvia era la de mejorar la imagen de EE UU.

En el terreno de los sectores regulados hay también otro campo importante de trabajo -y hay prevista una reunión próxima entre ambas partes- para reducir barreras. Pero, sin duda, la mejor contribución de Estados Unidos y Europa en favor del libre comercio sería la de dejar de atender las peticiones proteccionistas de sus empresarios, o sea, bastaría con no dar marcha atrás en la actual liberalización comercial. La imposición de aranceles al acero en Estados Unidos ha sido el episodio más lamentable, pero da la impresión de que podríamos asistir pronto a una nueva guerra comercial con China en el campo de los textiles, y no sólo por parte de Estados Unidos, sino también con participación europea. Seguramente el establecimiento de antidumpings por parte de China debe ser combatido, pero hay que ser cautos, pues debemos reconocer que casi un 30% del crecimiento de la economía mundial del año 2003 se lo debemos a China.

El libre comercio internacional es una institución frágil. La tendencia natural de los Gobiernos es a ceder a las presiones proteccionistas. Aquel Gobierno que protege es visto como un Gobierno comprensivo, que entiende a sus ciudadanos. Por el contrario, el Gobierno que deja entrar los productos extranjeros y no parpadea ante el sufrimiento de las empresas nacionales, rara vez es popular. Estados Unidos y Europa deberían actuar más estrechamente en defender el libre comercio mundial en vez de dedicar sus esfuerzos a resucitar esa vieja idea del mercado común transatlántico que solemnemente pareció descubrir Aznar esta semana.

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