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Columna
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Las Bolsas del Este y la UE

Los países del Este que se incorporan a la Comunidad tienen que armonizar en materia de mercados de valores sus legislaciones y adaptarse a la normativa comunitaria. El autor sostiene que la transparencia no será inmediata y requiere un plazo de adaptación

Es bien sabido las muchas ventajas que para un país aportan los mercados de valores. Disponer de un mercado de valores eficiente, en el que se formen correctamente los precios en función del las expectativas de beneficio de las empresas cotizadas, hace no sólo posible que éstas consigan los recursos financieros que necesitan sin tener que pagar cantidades excesivas por ello, sino que las pone a resguardo de la dependencia de los bancos como única vía de financiación. Disponer de acceso a la participación de inversores en el capital de las sociedades permite diseñar estructuras de pasivo en el que encuentran razonable equilibrio el endeudamiento con los recursos propios, lo cual no es más que un buen antídoto contra los efectos indeseados de las recesiones económicas.

Algunos de los países que vivieron la experiencia socialista tras la Segunda Guerra Mundial y que ahora se disponen a incorporarse a la Unión Europea, contaron con Bolsas de valores desde los inicios de su transformación industrial en el siglo XIX. Son los casos de la Bolsa de Varsovia, que se creó en 1817, o la de Praga, que fue abierta en 1871. Sin embargo, ha sido el tránsito hacia el capitalismo y más concretamente el uso de las Bolsas como instrumento de privatización lo que convirtió en moda tener Bolsa nacional. El propósito prácticamente único de la creación de estas Bolsas era facilitar a los ciudadanos la venta de los derechos de propiedad de las compañías privatizadas. Pero una vez que las Bolsas cumplieron con su misión, los valores se convirtieron en ilíquidos y muchas de las empresas se excluyeron de cotización.

Hay que reconocer, sin embargo, que un grupo pequeño de Bolsas de estos países (Estonia, Hungría, Polonia, Letonia) ha mostrado un comportamiento más prometedor. En ellas una parte de las empresas cotizadas tenían vocación bursátil.

En contra de lo que pueda pensarse, las empresas han abandonado el mercado de valores porque la transparencia no les convenía

En la medida que la mayoría de estas Bolsas no tenían otro propósito que redistribuir la propiedad de las empresas privatizadas -oficialmente entre toda la población y en la práctica en favor de los grupos políticamente bien conectados, como se ha demostrado finalmente- en el momento de su nacimiento no se consideró relevante implementar un marco regulatorio encaminado a la transparencia informativa, la correcta formación de los precios y la protección del inversor minoritario. Hubiese sido un contratiempo.

Por otra parte, dado que para la mayoría de las empresas la cotización bursátil no les aportaba ninguna ventaja, durante la segunda mitad de los noventa la huida de las empresas de las Bolsas fue notorio. Había muchas razones para ello. Primero, porque estando obligadas a informar al mercado de su evolución financiera les resultaba menos fácil no pagar impuestos. Segundo, resultaba más fácil y barato para una empresa bien conectada políticamente obtener financiación bancaria que hacerlo convenciendo a inversores no vinculados. Finalmente, estar en un mercado requiere suministrar una información que aunque mínima y poco regulada siempre resulta incómodo para quienes prefieren poner sus propias reglas.

En contra de lo que algunos predicaron, los mercados no han crecido y reforzado de manera natural. Muy al contrario, flacos de regulación y supervisión perdieron liquidez y se hicieron manipulables, se debilitaron y redujeron su tamaño. Todo ello provocó la huida de los inversores.

Sin embargo, no hay que perder la esperanza. Lo que los mercados no han conseguido por sí mismos quizás se alcance gracias a la vieja Europa. El proceso de integración de estos países en la Unión Europea les exige armonizar sus legislaciones a la comunitaria. Esto significa trasponer las directivas, adoptar las normas contables y estar dispuestos a cooperar con los supervisores de los países comunitarios.

Ello no va a suponer un cambio inmediato del comportamiento de los que controlan las empresas. Los mercado no van a ser transparentes de la noche a la mañana. No hay que olvidar que los gestores de empresa de los países del Este tenían legendaria fama por su habilidad para maquillar el cumplimiento de los objetivos de los planes quinquenales. Y esa habilidad no se pierde de la noche a la mañana.

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