Más allá de Cancún
El pesimismo generalizado en el mundo económico internacional tras el desacuerdo en la Conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Cancún no es sino el final lógico a la crónica de un fracaso anunciado. Las posiciones de partida eran irreconciliables y los debates in situ no hicieron sino confirmar la profunda división entre el bloque de las economías industrializadas (EE UU y la UE) y los llamados países en vías de desarrollo con el desmantelamiento de las protecciones a la agricultura como telón de fondo, pero tras el que se ocultan diferencias irreconciliables en cuestiones básicas de competencia, protección de inversiones, reducciones arancelarias o transparencia en las cuentas públicas.
Ahora, pasado un tiempo prudencial para la reflexión, se impone superar esta sensación inicial de frustración para analizar las causas del bloqueo, retomar el objetivo de liberalizar el comercio internacional revisando los plazos fijados en el muy optimista, por no decir utópico, calendario de Doha y, sobre todo, aprovechar este revés para revisar el papel y el funcionamiento de la OMC.
En el capítulo de responsabilidades, la cuestión más urgente es desterrar la fácil demagogia que trata de enfrentar al mundo rico con el subdesarrollado, reduciendo la discusión sobre el proteccionismo agrario a un esquema simplista de buenos y malos, olvidando entre otras que, en esta cuestión, los intereses del mundo subdesarrollado estaban más próximos a los de norteamericanos y europeos que al bloque en vías de desarrollo.
En este punto hay que decir que la posición de la UE en la cuestión agraria ha sido la correcta. No se puede olvidar que las exigencias fitosanitarias, de calidad y de servicio del mundo desarrollado conllevan unos costes de producción para los agricultores europeos muy superiores a los de sus competidores. Parece del todo irracional que mientras se exigen estas garantías para nuestras propias producciones se apoye la entrada indiscriminada de productos de países terceros, a precios más bajos y sin ningún control sobre el tratamiento de los cultivos o las condiciones de la mano de obra utilizada.
Conviene recordar, por otra parte, que la UE había dado un primer paso ofreciendo la supresión de las ayudas a la exportación para productos 'sensibles', que los Quince son el único mercado que permite la entrada libre de las producciones agrarias de unos cuarenta países subdesarrollados de África, Caribe y el Pacífico, cuya cuota de mercado en Europa se vería sensiblemente reducida por la entrada de productos de países como Australia, Brasil, Argentina, México o Nueva Zelanda, con niveles muy superiores de riqueza. Y tampoco se debe olvidar que estos países y otros como India o China, que figuran entre quienes más condenan el proteccionismo agrícola, se niegan en rotundo a ofrecer contrapartidas en sus mercados a la industria y servicios europeos.
Por lo que respecta a la OMC, sólo decir que Cancún debería suponer el fin de esta organización tal y como la conocemos hasta ahora, modificando su funcionamiento y organización para renunciar a su actual papel de ideólogo, motor y difusor de la globalización, que tanto daño está haciendo a la imagen del comercio, y convertirse en una institución reguladora del cumplimiento de las reglas comerciales y dinamizadora de otras nuevas.