¿Globalización frente a comercio justo?
El desarrollo económico de las naciones no sólo depende de las inversiones, de la productividad de la mano de obra y de la capacidad de gestionar los recursos, que se ha resumido en los términos de instituciones públicas no sujetas a la corrupción y un buen management. æpermil;sas son condiciones necesarias, pero no suficientes.
Después de medio siglo de avances sincopados para liberalizar el comercio mundial, el encuentro ministerial de Cancún, a celebrar del miércoles al domingo de esta semana, trata de evitar las batallas callejeras de los que reclamaban un orden más justo durante la reunión de Seattle del año 1999, y pretende conseguir que la Ronda de Doha pueda cerrarse con éxito en enero del 2005.
¿Qué está en juego en esta reunión? Posiblemente poner en tela de juicio la globalización. Los países ricos van a estar sometidos a duras presiones, pues los países pobres piden un trato más equitativo. Sus argumentos no son nuevos. Siguen insistiendo en que los países ricos dejen de subsidiar la producción agrícola a costa de reducir los precios a los que pueden exportar sus cosechas los países en desarrollo, por no citar las patentes de los productos farmacéuticos.
El International Food Policy Research Institute de Washington ha calculado que las distorsiones que provocan en el comercio mundial los subsidios de los países ricos a su sector agrario causan cada año a los países pobres un volumen de pérdidas del orden de 24.000 millones de dólares. Las pérdidas tienen otra perspectiva si se considera que el sector agrario de esos países emplea a cerca del 60% de su población.
Podemos asistir en Cancún a un juego a tres bandas. En primer término, es probable que resurjan las tradicionales fricciones entre EE UU y la UE, consecuencia de la política de subsidios y el fomento de la sobreproducción en productos que la Europa comunitaria ha venido aplicando, en contra de los intereses -según sostienen los estadounidenses- de su sector agrario, más eficiente y competitivo
El segundo frente reunirá, a un lado, a todos los países pobres contra los países industrializados para conseguir que se rebajen los aranceles que han de pagar por sus exportaciones de trigo, maíz y azúcar, entre otros. El tercer frente agrupa a los países que se oponen a que los aranceles sobre los productos industriales sean reducidos a cero, como pretende EE UU. Y no van a ser de menor importancia las escaramuzas en torno a los servicios y las patentes de los medicamentos que necesitan los países pobres y que no pueden comprar por carecer de recursos, si bien ya hay acuerdos a favor de los países más pobres de África para ofrecerles medicamentos genéricos.
Algunas escaramuzas pueden dar lugar a futuras refriegas en el ruedo donde se debate el libre comercio. Porque de los 146 países miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC), cerca de tres cuartas partes son países pobres, con distintas gradaciones.
Algunos países de Asia y América Latina que no tengan laboratorios farmacéuticos nacionales pueden sentir la tentación de importar los medicamentos que necesiten desde India o Brasil. Lo que tendrían que pagar por cada cápsula sería una fracción de lo que ahora pagan a los laboratorios de EE UU o Suiza.
Los conflictos de intereses van a extenderse también a las cuestiones que se plantearon ya en la reunión ministerial de Doha, en Qatar. Se trata de las demandas de EE UU para que se pongan fin a las prácticas de piratería en la reproducción de música, la copia de programas informáticos y otros productos de consumo.
Este frente contará con el apoyo de la UE y, en cuanto a España, la Sociedad General de Autores (SGAE) va a ser la primera en defender el legítimo derecho de sus miembros. Y sería un indicio de país avanzado si lo mismo ocurriera con las agrupaciones españolas de diseñadores de programas informáticos, simuladores empresariales avanzados y videojuegos.