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Crónica de Manhattan

La pesada carga exterior de Bush

En los últimos días de vacaciones en su rancho de Crawford, George Bush ha alternado el golf con actos de campaña y recogida de fondos para financiar los actos electorales para la reelección en noviembre de 2004. El presidente intenta sacar partido a sus iniciativas domésticas y, sobre todo, de uno de sus iniciales puntos más vulnerables, la economía, que da incipientes señales de recuperación. Mientras, trata de alejarse de lo que siempre ha sido el pilar más sólido de su política, la campaña contra el terrorismo y la seguridad. El pilar que emergió sólido tras los ataques del 11-S ha mostrado sus grietas, se desmorona y ha hecho vulnerable a Bush donde menos lo esperaba, según las más recientes encuestas previas al martes fatal.

Ese fue el día del brutal ataque a la sede de la ONU en Bagdad, el día que más evidencias de debilidad transmitió la posición americana en la posguerra de Irak. En el goteo de muertes de soldados ya se iba perfilando el recuerdo de Vietnam o Somalia en la memoria de los americanos pero ahora se ve cómo el fin de Sadam Husein no sólo no ha acabado con la desestabilización en la zona sino que ha actuado como un imán para grupos terroristas amparados en la descoordinación y la confusión del país supervisado por EE UU.

También ese día se dio una de las más fieras estocadas, pero no la última, a la frágil Hoja de Ruta. La extraña relación que dibujó Bush entre el fin de Sadam y la pacificación de Oriente Próximo muestra su carencia de fundamento. Adicionalmente, las armas de Sadam no aparecen y se multiplican las dudas sobre los que jugaron con ese aparente farol a favor de la lógica bélica.

Tampoco la seguridad nacional se perfila como una gran baza. El fiscal general del Estado, John Ashcroft, ha tenido que embarcarse en una gira por 20 Estados para aclarar 'los malos entendidos del Patriot Act'. La ley, aprobada seis semanas tras el 11-S, confiere un gran poder a la policía al prescindir de muchas de las garantías judiciales previas a la investigación de sospechosos.

Es extraño ver a un fiscal general en gira pregonando las bondades de una ley, pero es que los propios republicanos están afilando los cuchillos contra una legislación que ya se ve que fue precipitada. La Cámara de Representantes ha aprobado este verano una enmienda a esta ley que anula algunos de los preceptos más discutidos del Patriot Act. Lo que late tras esta propuesta es, como dice The Washington Post, no la crítica en sí a la ley sino al desdén con el que el Gobierno trata las libertades civiles con arrestos en masa, denegación del habeas corpus o la situación de los presos en Guantánamo.

El presidente trata estos días de vender su propuesta para la conservación forestal, su iniciativa y liderazgo en la polémica regulación eléctrica o los indicios de la recuperación económica, pero la realidad le devuelve a su, ahora, talón de Aquiles. Aun cuando la marcha de la economía es crucial (y Bush aún tiene que pasar el examen), el deterioro de la realidad exterior supera el discurso doméstico y beneficia a los demócratas que más apostaron por criticarle antes de la guerra.

El ex general Wesley Clark sigue sopesando su candidatura. El antibelicista Howard Dean gana altura y el viernes firmaba una pieza de opinión en The Wall Street Journal asegurando, nada menos, que acabará con los recortes fiscales de Bush. Los estrategas electorales tienen 15 meses por delante para ir ajustando discursos.

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