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Columna
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Oportunidades de Cataluña

Estos días Cataluña ha sido portada de todos los periódicos por la catástrofe natural que asola sus bosques. Las altas temperaturas que registra la canícula veraniega han creado las condiciones para que las llamas abrasen parte de sus ricas reservas forestales. Una vez más se abrirá el debate sobre un tema tristemente recurrente en los periodos estivales, la prevención de incendios forestales y la represión de ciertas conductas delictivas que de forma intencionada los provocan.

Pero no era este el tema sobre el que hoy quería reflexionar. Hoy quería referirme a un acontecimiento que tendrá lugar el próximo otoño. Me refiero, obviamente, a las próximas elecciones autonómicas que probablemente tendrán lugar el mes de noviembre. La cita electoral merece el calificativo de histórica. Son las primeras elecciones a las que no concurre Pujol, y habrá que ver si su formación, que en los últimos comicios viene sufriendo un acusado desgaste, es capaz de revalidar, con o sin el apoyo del PP de Piqué, una mayoría suficiente que le permita seguir gobernando.

O, dicho en otros términos, habrá que ver si Maragall, con el apoyo de ERC y de IC, es capaz de articular una mayoría alternativa. Claro que la aritmética parlamentaria arroja otras posibles combinaciones, como CiU-ERC que significaría un Gobierno escorado a posiciones nacionalistas radicales, o CiU-PSC, un pacto antinatura, pero que nadie se llame a engaño el PSC es más nacionalista que la propia CiU.

El problema no es tener más competencias, sino ser más competentes en la administración de nuestas políticas autonómicas

Todo es posible, aunque lo posible no es siempre lo deseable, sobre todo para los que siempre hemos mantenido un discurso moderado y centrista, y hemos defendido un catalanismo integrador que no confronta dialécticamente a Cataluña con España como nación plural.

La cuestión de las alianzas parlamentarias no es baladí, la composición del Gobierno de la Generalitat puede tener su incidencia en la composición del futuro Gobierno de España, o puede suponer que los expulsados del Gobierno de la Generalitat se decidan a entrar en el futuro Gobierno de España.

Por ello, supuesta la importancia de los comicios catalanes de otoño, es importante definir un proyecto histórico para Cataluña. Un proyecto que, a mi juicio, debe pasar por la superación de los discursos del pasado. No se trata de vindicar el pasado, sino de reivindicar el futuro. Y reivindicar el futuro supone definir un proyecto que permita que Cataluña exprima todas sus potencialidades, que son muchas.

¿Qué sentido tiene en la Europa del euro, con un proceso constituyente abierto a nivel europeo, abrir el debate sobre un nuevo Estatuto de Autonomía para Cataluña? Si el estatuto que tenemos es el que mayores cotas de autogobierno ha permitido a Cataluña en toda su historia, ¿por qué cambiarlo? O mejor aún, para qué. Es un instrumento válido que nos ha permitido diseñar nuestra política forestal, sí, pero también la política agrícola, de seguridad ciudadana, nuestra política económica…, o la política educativa. ¿O acaso ignoramos que la formación de capital humano es fundamental para afrontar los retos de la globalización y de la sociedad del conocimiento? Lo he dicho en muchas ocasiones, y lo reitero, el problema no es tener más competencias, sino ser más competentes en la administración de nuestras políticas autonómicas.

Cataluña debe superar también su relación dialéctica con España. Ni Cataluña es una simple comunidad, ni España es sólo un Estado. La relación no es de confrontación, sino de mutua y enriquecedora compenetración. Barcelona rivaliza con Madrid, pero también con Marsella y con Valencia, y con las ciudades mediterráneas que conforman el mismo espacio económico, regidas por una misma moneda, un marco jurídico similar y una misma política económica. El Arancel Cambó y el proteccionismo no encajan en la Europa comunitaria. Barcelona tiene que ser una plataforma logística peninsular, pero también transpirenaica y mediterránea.

No es cierto que el Estado invierta poco en Cataluña, nunca había invertido tanto como ahora en Cataluña. Y la inversión en infraestructuras debe tener su continuidad con las políticas de gasto de la Generalitat; menos gasto corriente más inversión pública.

Tampoco es cierto que en Cataluña se paguen más impuestos. Los impuestos los pagan los ciudadanos, no los territorios, y los sufragan de acuerdo con el principio de capacidad económica. Por cierto, con algunos Gobiernos se pagan menos impuestos que con otros.

Cataluña necesita construir, volver a confiar en una sociedad civil fuerte, de cultura emprendedora, y superar el discurso del agravio comparativo y del victimismo estéril. Un nuevo estatuto no sustituye el planteamiento de una buena política forestal de prevención de incendios. El estatuto es sólo un instrumento normativo, nunca un fin en sí mismo. Cataluña necesita un nuevo proyecto político que le devuelva la confianza en sí misma, y que le permita aprovechar todas las oportunidades que le brinda la España constitucional integrada en la Europa del euro.

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