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Presente

Amenazas sobre la economía española

La campaña electoral ha pasado por alto el análisis económico. Carlos Sebastián revisa las amenazas para la economía, entre ellas el estallido de la burbuja inmobiliaria y la divergencia en productividad

Carlos Sebastián

En campaña electoral hay muchas referencias económicas, pero ningún análisis. Quizá por eso, como contrapunto, puede interesar una revisión de las perspectivas de la economía española a corto y a largo plazo. A corto plazo, el panorama es tristón, pero más esperanzador que dramático. Hay, sin embargo, algunas amenazas que pudieran llevarnos a escenarios más negros. La principal es una deflación en Alemania. Me parece altamente improbable que un proceso así se desate en Estados Unidos, pero en Alemania hay más elementos preocupantes. Un sistema financiero endeble, una demanda interna cayendo desde hace varios trimestres y sin visos de recuperación, una moneda sobrevaluada, unos precios de los activos a la baja y un nivel alto de endeudamiento de los agentes configuran un escenario peligroso. Creo, sin embargo, que tampoco hay que ser catastrofistas. Lo más importante es sanear el sistema financiero. Si éste resiste, los agentes podrán ir realizando sus ajustes y tras un proceso recesivo la economía alemana podrá emprender una recuperación. A este proceso de ajuste ayudará una moderación salarial, que los sindicatos harían mal en no propiciar como consecuencia de su resistencia a las necesarias reformas del sistema asistencial.

Otra amenaza a corto plazo, más improbable que la anterior, es que se produjera en España un estallido de la burbuja inmobiliaria. Supondría un durísimo golpe para la salud del sistema bancario y afectaría gravemente a las expectativas y a la riqueza de las familias. Sería muy conveniente que los precios de los inmuebles dejaran de crecer y que experimentaran una paulatina pérdida real, pero una corrección brusca en estos precios podría tener efectos muy graves. A largo plazo, las amenazas son más verosímiles, aunque habría aún tiempo para evitarlas. Una de las más preocupantes (sobre la que se habla poco) es la evolución de la productividad. España está divergiendo en productividad con la UE, que a su vez lo está haciendo con EE UU y Canadá. Y lo hace desde nuestro ingreso en las Comunidades Europeas. Convergemos, por ahora, en renta per cápita, pero porque la tasa de empleo crece más deprisa (lo hizo a finales de los ochenta y lo ha vuelto a hacer con parecida intensidad desde 1997) que en el conjunto de Europa. Pero los españoles ocupados no sólo son menos productivos, sino que la diferencia en productividad está aumentando. También es menos productivo el conjunto de factores (empleo y capital de diverso tipo) que se utiliza en los procesos españoles. Y aquí también la diferencia se está ampliando. El retraso en la productividad es un importante condicionante de la pérdida de competencia, que supone una rémora para el crecimiento del empleo a largo plazo.

Son varios los factores que pueden estar condicionando esta divergencia. Desde elementos educativos hasta factores institucionales. Cada vez me resultan más convincentes los estudios que apuntan a estos últimos como relevantes en la explicación de la evolución de la productividad. La combinación de ineficientes regulaciones en los mercados de productos, con una excesiva regulación del mercado de trabajo, con una gestión de la regulación infectada de clientelismo político y con un sistema de valores que no revela aprecio a los innovadores y a los emprendedores, configura un mundo en donde el avance de la productividad será necesariamente lento. Y España no está escasa de ninguno de esos elementos.

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