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Arte

Fábricas del ornamento

La Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, exhibe piezas escogidas de las reales manufacturas fundadas por los Borbones en Nápoles Por M. Paul

Sueño y fracaso. La creación de las Reales Fábricas -tapices de Santa Bárbara, porcelana del Buen Retiro, cristal de La Granja en España- respondió a la política económica y artística de los Borbones de abastecer los palacios reales y el mercado interior. Se perseguían dos logros: sanear la balanza de pagos y superar el atraso manufacturero. Lógicamente, no fueron rentables. Siguiendo el ejemplo iniciado por Felipe V en España, su hijo Carlos fomentó la iniciativa empresarial del Reino de Nápoles a través de las Reales Manufacturas.

Del legado de las insignes manufacturas napolitanas da cuenta la exposición Las reales fábricas de los Borbones en Nápoles, inaugurada el pasado martes en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, con el patrocinio de la Región de Campania (Italia). El material expuesto es, en su mayoría, inédito y, en gran parte, nunca ha sido visto en España. Antonio Bonet Correa, director del museo, resaltó en la presentación de la muestra la 'finura y sensibilidad' del siglo XVIII para las artes, que se puede apreciar en esta selección de piezas escogidas. Las obras proceden de las colecciones del Palacio Real de Nápoles, del Palacio Real de Caserta, del Museo Correale de Sorrento, así como otras colecciones privadas de Nápoles.

El recorrido comienza con los modelos de las dos series de tapices de la serie dedicada a Don Quijote. Son seis tapices tejidos en la Real Fábrica de Nápoles -fundada por Carlos en 1737 nada más tomar posesión del reino-, con escenas realizadas a partir de los modelos de Giuseppe Bonito, en la primera de las series, y de Bonito, Benedetto Torre, Antonio Dominici, Giovanni Battista Rossi y Antonio Guastaferro, en la segunda. La comisaria de la muestra, la especialista en arte de los siglos XVII y XVIII Vega de Martini, reconoce que le hubiera gustado exponer también los tapices, que en su mayoría se conservan en el Palacio del Quirinal, en Roma, pero la limitación del espacio expositivo no lo han hecho posible. El público puede ver los magníficos tapices, eso sí, en un vídeo. Los tapices que narraban las empresas del caballero español estaba destinada a la decoración del Palacio Real de Caserta y jugaban un papel primordial dentro del mobiliario.

Formando secuencia con los modelos donquijotescos, se exhiben los preciados paramentos sacros y decimonónicos, -un vestuario religioso completo realizado en seda para oficiar la misa- producidos en la Manufactura de San Leucio, una de las últimas, desde el punto de vista cronológico que fundaron los Borbones en las Dos Sicilias. En ésta como en las otras manufacturas napolitanas trabajan artesanos llegados de fuera, de muy alto nivel. Es la misma política seguida con las reales fábricas españolas. La Manufactura de San Leucio, famosa por sus sedas, está considerada una de las pocas utopías industriales que se han realizado en Europa, ya que su objetivo era formar en el campo de los oficios y las artes a los parados del reino.

Joyas y porcelana

En la muestra se exponen también tres consolas y dos mesas con la superficie en piedra dura, un arte integrado en la cultura napolitana desde finales del siglo XVI, al que Carlos de Borbón dio impulso con la fundación en 1738 de un taller en Nápoles. Junto a ellas, dos esculturas: Carlos III a caballo, de Foggini, y el busto de Fernando VI, de Canova, y 21 manufacturas en mayólica. æpermil;stas salieron de la fábrica fundada por el monarca en 1753, coincidiendo con las obras de construcción del Palacio Real de Caserta. Aunque de vida corta, gracias a ella se desarrolló en Nápoles un fértil periodo artístico. Entre las piezas incluidas en la exposición, figuran algunas mayólicas con motivos naturalistas, rocailles y chinoiseries, así como un raro plato, ricamente decorado, atribuido a Angelo del Vecchio.

Además, 10 joyas de coral, dos volúmenes editados en la imprenta borbónica napolitana y piezas de porcelana de la célebre fábrica de Capodimonte, cuyo secreto se trajo Carlos a España, destruyendo las huellas en la fábrica e instalando en la nueva corte a los artesanos que contribuyeron al éxito de la experiencia napolitana.

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