Contando dólares en Nueva York
Vivir en Nueva York es caro, pero desde hace una semana los ciudadanos de esta gran urbe van contando más concienzudamente su salario para ver cómo llegan hasta la siguiente paga. El cinturón hay que estrecharlo un poco más. Ya no sólo se trata de que el paro se haya hecho fuerte en la ciudad o sean menos los que tengan contratos millonarios, sino que los presupuestos del ayuntamiento están bajo mínimos y la única manera de no convertir en agónico el estado de los servicios es subir los impuestos.
'No me gusta subir los impuestos, pero cuando se trata de tomar la decisión de hacerlo o cerrar 15 centros para la tercera edad, 40 puestos de bomberos y acabar con 10.000 empleos públicos, hay que tomar la decisión de votar por la propuesta de la subida', decía Erik Dilan, concejal por Brooklyn. Y así ha ocurrido, encima sin poder evitar recortes en los servicios o cuestiones tan cercanas como el cierre de parte del Jardín Botánico del Bronx, la cancelación de programas culturales o la difícil cuadratura del presupuesto de educación.
Lo más doloroso y que más directo impacto ha tenido sobre la población es la subida de medio dólar en el billete del metro y el autobús, el incremento más fuerte de la historia del transporte público tras ocho años de congelación de la tarifa de dólar y medio.
El peaje para cruzar los puentes y túneles que conectan la isla también aumenta, como se ha subido el impuesto sobre la propiedad, el que grava las ventas, el que deben abonar los mayores salarios y, más recientemente, el precio del agua, que aumentó un 5,5%. Pendiente de aprobar queda la creación de un polémico impuesto, propuesto por el alcalde Michael Bloomberg, que han de abonar los que no residen pero trabajan en la ciudad, y un aumento del porcentaje que pueden subir los dueños de las casas con rentas controladas por el ayuntamiento (renta estabilizada). El consejo que regula este porcentaje lo ha subido a un 5,5% el primer año y hasta el 8,5% si la renovación de la renta es por dos años. El año pasado se aprobó una subida del 2% y el 4%, respectivamente.
Así son las cosas en Nueva York desde esta semana. Y así son, de una manera o de otra, en muchas de las ciudades y Estados del país donde se ha ido tan lejos como para cerrar cárceles por no tener posibilidad de mantenerlas, echar profesores de colegios públicos o cortar la financiación de los tratamientos de enfermos que no se lo pueden permitir sin ayuda del Estado. Los gobernadores han clamado en el desierto cuando han solicitado más transferencias presupuestarias federales para solventar esta crisis, la mayor desde la II Guerra Mundial.
Todo ello corre el riesgo de neutralizar en parte el recorte fiscal, cualquiera que sea su cuantía final, que discute el Congreso a propuesta de la Casa Blanca que ocupa George Bush. Tal y como se plantean este estímulo fiscal, con una pieza angular que es la eliminación del gravamen sobre los dividendos, la mayoría de los ciudadanos puede que perciban mínimamente la rebaja federal mientras se las arreglan para cumplir directa o indirectamente con la fiscalidad local. El plan de Bush, que pasa por dejar en las manos de los contribuyentes más dinero para que sigan consumiendo y las empresas empiecen a invertir, queda a todos los efectos prácticos más lejos de los ciudadanos cada vez que un servicio local cesa, un museo se cierra o aumentan los impuestos o tarifas que a diario pagan los ciudadanos.