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Columna
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Rutas imperiales

Con el cinismo de la posguerra algunos suficientes dieron en definir el Frente de Juventudes como 'unos niños vestidos de idiota, mandados por un idiota vestido de niño'. Pero allí en La Peñota, se fomentaba la camaradería junto a los fuegos de campamento, se aprendían canciones para sostener el patrimonio folklórico y se adoctrinaba en el falangismo a las criaturas malnutridas de las cartillas de racionamiento. Para ello ayudaba memorizar algunas estrofas por aquello de que el fascismo entra mejor con melodías acompasadas a ritmo de desfile, tal que aquella de 'Montañas nevadas, banderas al viento', que incluía un itinerario 'por rutas imperiales, caminando hacia Dios'.

Así lo vimos cuando llegó aquí la inolvidable película Cabaret, donde aquellos rubiacos del merendero acababan contagiando sus nostalgias a todos los arios de los alrededores. Por no citar los cánticos de otras campas alavesas donde se convocan fiestas de la patria vasca y otras patrias perdidas de las que escribió con acierto y sentido poético Jon Juaristi en su libro El bucle melancólico antes de sus últimas derivas menos inteligibles.

Otra cosa es que a la velocidad que vamos aquellas escuadras de entonces estén a punto de ser recuperadas por quienes se aplican a la tarea acuciante de reescribir por encargo de los poderes establecidos la historia de aquellos años de ignominia del franquismo represor en términos de venturosas aportaciones regeneradoras. Cuentan para ello con la ayuda decidida de los píos moas y demás adictos que venden pasadas cercanías con el terrorismo como si supusieran la prueba del nueve de su objetividad a la hora de trazar su particular ajuste de cuentas con la izquierda democrática. Si en aquel Madrid de los años cuarenta se decía que 'cuando un obrero come merluza, uno de los dos está enfermo', ahora en estos comienzos del siglo XXI cuando en las librerías más distinguidas las señoras más enjoyadas reclaman la última entrega de los moas puede también sospecharse alguna patología.

Por esas mismas rutas imperiales pareciera ir caminando nuestro presidente del Gobierno, José María Aznar, convocado una y otra vez al Despacho Oval de la Casa Blanca, a la residencia presidencial de Camp David o al rancho tejano de Crawford. A las 0.15 horas del jueves la CNN internacional ofrecía en directo la comparecencia ante los periodistas de George W. Bush y su amigo Ánsar el del rancho de Quintos de Mora. Impresionaba atender a las expresiones del rostro de nuestro presidente: su cara de arrobo, sus visajes, sus muecas, su lengua solícita para humedecer los labios, sus labios apretados para dar movimiento al tenso bigote superior, sus ojos cargados de intención dirigidos en sentido casi perpendicular al anunciado por la proa de su mandíbula.

Todo estaba calculado. El ángulo de las cámaras permitía igualar en estatura a Bush y a Aznar y la traducción de los intérpretes era sucesiva en vez de simultánea de modo que las pausas para la reversión al idioma del otro interlocutor ofrecían un tiempo adicional muy valioso para estas ocasiones comprometidas.

Además, de nuevo, como en Tejas, el español se dejaba arrastrar por la prosodia de los intérpretes y hablaba como el locutor del anuncio del parque de la Warner Bros en San Martín de Valdeiglesias cuando proclama las excelencias de Bugs Bunny.

Claro que las rutas imperiales son rutas de asentimiento y adhesión hacia el emperador. Fue imposible que el presidente Bush reconociera como un error los disparos del tanque americano a las terrazas del Hotel Palestina, donde hacían sus trabajos los periodistas, entre ellos el español de Tele 5 José Couso y su colega de la agencia Reuter, y tampoco se le pudo arrancar una palabra de excusa.

Sólo condolencias y negativa de intencionalidad alguna contra los profesionales de la información después de afirmar que las guerras son lugares peligrosos e inseguros. A su lado, Aznar se anticipaba a dar las palabras de Bush por satisfactorias, parecía traslucir pesar por la inconveniencia de la pregunta y prodigaba en seguida toda clase de zalemas a su anfitrión, a quien deseaba abreviar cualquier molestia por cuenta de los inoportunos cadáveres patrios, como si estuvieran siendo instrumentalizados de modo avieso para deslucir tan magnífica ocasión.

Mientras tanto, después de tanto reproche a la oposición por electoralista, Aznar acababa sin querer enseñando la patita, tras el intento de exhibir la inclusión de Batasuna en la lista del Departamento de Estado como si fuera un logro de su viaje cuando tenía fecha del 1 de mayo. Para excusar semejante descaro el presidente volvió al estribillo de que acababa de enterarse. Pero esas excusas sólo pueden aceptarse acompañadas de los ceses de quienes le mantienen en la ignorancia. Y desde luego vender la inclusión de Batasuna en esa lista como un logro derivado de haber sido copatrocinador de la guerra de Irak raya en la ignominia.

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