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La Atalaya

Construir un Estado

El caos que se apoderó de Irak tras la ocupación de Bagdad constituye el mejor ejemplo de la inexistencia de un Estado propiamente dicho en la antigua Mesopotamia. La caída de Sadam Husein puso en evidencia que los cerca de 25 años de tiranía del dictador iraquí crearon un régimen a su servicio personal y no una estructura estatal consolidada. Tras su huida, el seudoestado se derrumbó como un castillo de naipes. Irak sólo existe como país independiente desde 1932 y, desde la caída de la monarquía hachemita en 1958 con el asesinato de todos sus miembros, su historia ha sido una crónica de golpes y contragolpes sangrientos que culminan con la ascensión al poder de Sadam Husein en 1978. Antes de la caída del imperio otomano en 1918, Irak no existía como unidad nacional, como sí sucedía en Egipto. Su territorio estaba dividido en tres provincias, Mosul, Bagdad, y Basora en el sur, que dependían directamente del sultán de Constantinopla.

Tras el fin de la I Guerra Mundial, y como consecuencia del pacto Sykes-Picot, Francia y Gran Bretaña se reparten los despojos del imperio otomano en Oriente Próximo. La primera se queda con Siria y el Líbano. La segunda, con todo lo demás. Y así nacen Irak, Jordania, Palestina y los emiratos del Golfo. La historia permite comprender mejor la hercúlea tarea a la que se enfrenta EE UU en su intento de construir un Estado democrático sobre los restos del régimen de Sadam. 'Construcción nacional' es un término muy de moda en Washington desde la Administración Clinton. El anterior presidente lo intentó en Haití, en Timor Oriental y en la antigua Yugoslavia. Bush lo está intentando en Afganistán y lo quiere poner en práctica en Irak. Ambos con resultados no muy prometedores. En Haití y en Timor, la situación sigue siendo explosiva. En Afganistán, la autoridad del presidente Hamid Karzai apenas alcanza los límites de Kabul. En Bosnia, la situación es mejor, gracias a la presencia de un importante contingente militar de la OTAN. Pero ocho años después del conflicto la única garantía de paz reside en la continuada presencia militar.

¿Tendrá Bush, con unas elecciones presidenciales a la vista y un déficit galopante, la suficiente perseverancia para seguir dedicando su atención al establecimiento de unas estructuras sólidas que desemboquen en un Estado democrático en Irak? Una respuesta negativa sería catastrófica para la seguridad y estabilidad de Oriente Próximo. Construir la paz será mucho más arduo que ganar la guerra. Por ahora, los síntomas son alentadores. La Casa Blanca ha hecho caso a Colin Powell y ha nombrado a un diplomático de talla, Paul Bremer, como su representante máximo en Irak, por encima del jefe de reconstrucción, el ex general Jay Garner, carente de la sensibilidad necesaria para afrontar el reto de formar un gobierno nacional iraquí. El caos va desapareciendo a medida que los servicios esenciales son restablecidos y los intentos de desestabilización a cargo de los emboscados del antiguo régimen y de algunos clérigos chiitas son cada vez más esporádicos. Pero que Bush no se engañe. El alumbramiento de Estados democráticos, como Japón y Alemania tras la II Guerra Mundial, requiere presencia militar durante años. Y, además, un Plan Marshall. Con el agravante, ahora, de que la estabilidad en toda la región depende, además, del arreglo definitivo del conflicto palestino-israelí. Sin paz duradera en Palestina, el experimento iraquí saltará por los aires.

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