Enredados en la soga del dólar
El dólar ha aprovechado el silencio de la Semana Santa para descender a los niveles más bajos de los últimos meses. El coro de agitadores y la verborrea de los telepredicadores causa sonrojo cuando se escenifica la caída de la divisa estadounidense.
Para comprender lo que sucede, conviene recordar que el dólar ya acusó una gran debilidad antes de la invasión a Irak. Ahí comienzan los disparates. Se dijo entonces que la primera moneda del mundo bajaba por el temor a la guerra. Ahora estos mismos agitadores dicen que baja, porque la guerra ha terminado. De locura.
En terminología puramente bursátil el cúmulo de disparates y paradojas es similar. Las Bolsas, en efecto, acusaron descensos prebélicos en línea con los que demostraba la moneda. Dólar y Wall Street vivieron vidas paralelas.
El hecho fue utilizado por algunos analistas para resaltar un axioma incompleto, el que señala que a un dólar fuerte se corresponden Bolsas fuertes, y al revés. Sucede ahora, empero, que el dólar flaquea de manera alarmante y que Wall Street alcanza los mejores registros del año, en línea con el resto de los principales mercados europeos. ¿Dónde está la relación mágica a la que se aludió antes del conflicto?
Viene a colación este muestrario de despropósitos para recordar que los designios de los mercados de divisas son inescrutables y tan difíciles como la permanencia en Bolsa sin perder la calma. Sólo los bancos centrales, los emisores de moneda, suelen saber qué carta esconden en la manga y si a la economía del país que representan le conviene una moneda fuerte o débil.
La Administración Bush no ha concretado una posición oficial contudente respecto al dólar, que es lo mismo que decir, según los mejores analistas, que no se enfada cuando la moneda se desliza a la baja, porque quizá eso alivie la delicada situación económica.