La honestidad en el Imperio
La época del reparto ha comenzado. EE UU ya ha está dando contratos a 'compañías que tengan aprobación para guardar secretos de seguridad nacional'. Uno de los primeros, en el que han quedado en blanco cláusulas referentes a término y coste, ha sido a Kellogg Brown and Root, subsidiaria de Halliburton, una empresa que desde la II Guerra Mundial ha sido uno de los grandes contratistas del Estado. A Halliburton también se la conoce por construir las cárceles de Guantánamo, y porque su consejero delegado desde 1995 hasta 2000 fue el vicepresidente del Gobierno, y uno de los más furibundos defensores de esta guerra con Irak, Dick Cheney.
KBR está apagando fuegos en los pozos de petróleo en Irak pero en Washington ha encendido otros. Primero por que la SEC (regulador de los mercados) tiene a su matriz en el punto de mira por presuntas maniobras contables fraudulentas y porque en el Congreso no ha gustado que no haya habido licitación pública.
Con toda esta polvareda y el reciente apercibimiento oficial sobre sus negocios en Irán, a pocos ha extrañado que el sábado se supiera que Halliburton no estará en el concurso del gran contrato que se va a licitar para la reconstrucción de Irak.
Otras dos empresas se perfilan como contendientes. Fluor y Betchel. La primera contrató en abril a Kenneth Oscar, con vínculos en la armada y a Bobby Inman, un almirante retirado ex director de la Agencia de Seguridad Nacional y miembro de alto rango de la CIA. Betchel tiene entre sus consejeros a personas con buenos contactos. El más relevante el ex secretario de Estado con Ronald Reagan, George Shultz, y el ex secretario de defensa, de esa época, Caspar Weinberger.
Shultz es además miembro del Consejo de Política de Defensa, un órgano consultor de esta secretaría, dirigida por Donald Rumsfeld, en cuestiones de política, estrategia, armamento o alianzas. Ni Shultz ni los 19 miembros entre los que están Henry Kissinger, el ex vicepresidente, Dan Quayle, y el ex director de la CIA y consejero del Instituto Judio para Asuntos de Seguridad Jurídica, James Woolssey, cobran, pero en estos tiempos de imperio no estaría de más ser como la mujer del César.
Y su presidente, Richard Perle, no lo ha sido. Perle, un ardiente defensor de esta guerra y que más cuota de pantalla tiene como experto en los especiales informartivos de televisión fue asistente a la secretaría de defensa de Reagan. Perle se ha visto entre la espada y la pared desde que la revista The New Yorker le acusara de mezclar negocios y política con empresarios saudíes. Mientras se pensaba demandar por libelo a su autor, The New York Times reveló que Perle tenía previsto cobrar 750.000 dólares por asesorar a la quebrada Global Crossing para conseguir la aprobación del Gobierno para su venta a una empresa china además de tener lucrativos negocios con DigitalNet un proveedora de la armada. Perle, que ofreció recientemente una conferencia titulada 'Implicaciones de una Inminente guerra: Ahora Irak, ¿Corea del Norte después?' que no ha sentado bien en Washington, tuvo que presentar su dimisión a Rumsfeld, quien con pena se la aceptó como presidente pero le ha dejado como miembro del Consejo.