Prescripción sin remedio
Las crisis arrancan los velos que cubren debilidades. La semana pasada se dieron a conocer datos poco alentadores sobre la marcha de la economía de un país pendiente de una agenda internacional bélica. No obstante, el presidente Bush, ocupado en hablar por teléfono con homólogos de otros países tuvo tiempo de presentar el día 4 su reforma del Medicare (atención estatal médica a la tercera edad).
El asunto movió algo las aguas de una tormentosa semana para perderse en la vorágine internacional cuando es uno de los grandes apartados de los últimos presupuestos presentados por Bush (400.000 millones de dólares en la próxima década). Además es una de las cuestiones que más pesan en los votantes, que ven como la cura de la sanidad, en general, está cuesta arriba.
Por lo que se refiere al estado de la situación sanitaria, el senador demócrata John Breaux lo definió la semana pasada: 'el sistema actual pone a la gente en cuatro cajas. La del programa Medicare para los mayores, la del Medicaid para los pobres, el seguro del empleador para trabajadores y nada para los no asegurados'. Hay 41 millones de personas en EE UU que no tienen seguro médico (muchas empresas lo han dejado de ofrecer), pero entre 2001 y 2002 hubo momentos en los que hasta 75 millones quedaron sin cobertura médica. Adicionalmente, los costes sanitarios están subiendo una media del 15% al año y las empresas intentan pasar a los trabajadores parte de este aumento. Los programas públicos se reducen cada vez más por la precariedad de las finanzas estatales y algunos ciudadanos con enfermedades crónicas tienen problemas en algunos estados para comprar medicinas, mucho más caras que en Europa.
La cuestión sanitaria, especialmente el Medicare que cubre de momento a 40 millones de personas, fue uno de los pilares del programa doméstico de Bush, que en la campaña se comprometió a ofrecer fármacos gratuitos. No es eso lo que tiene ahora en la cabeza. A principio de año circuló por la Casa Blanca un plan que hubiera supuesto la privatización total del plan nacido en 1965 y que provee atención médica gratuita pero no medicinas. Las críticas en las filas republicanas forzaron la búsqueda de una alternativa. Y Bush cree haberla encontrado bajo la fórmula de que los excesos sociales los cura el mercado. Ahora el presidente propone que las prescripciones de medicinas se cubran por el Estado siempre que los beneficiarios del Medicare se pasen a aseguradores y planes privados. Además se quita de un plumazo los problemas presentados por los médicos que no quieren atender a pagadores, como el Estado, que no aceptan las subidas de sus honorarios.
Los que se queden bajo el paraguas del Medicare tendrán un plan de descuentos de un máximo del 25% siempre que gasten entre 4.000 y 7.000 dólares al año en la farmacia. Para los beneficiarios con menos recursos hay subsidio de 600 dólares al año. Según la oficina del presupuesto sólo un 8% de los adheridos a este programa tiene costes farmacéuticos que excedan 6.000 dólares.
Los aplausos a la propuesta de las aseguradoras (grandes contribuyentes del partido de Bush) no han impedido que se oiga la crítica de la oposición y de influyentes republicanos que han convencido al partido a presentar una alternativa a la de su presidente. Algunos empiezan a pensar sin una sobrevenida agenda internacional, la reelección se le complicaría a Bush en 2004.