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Crónica de Manhattan

Nueva York, en horas bajas

Empresarios y restauradores del sur de Manhattan han respirado con alivio esta semana una vez cubierta la primera fase de reconstrucción de la zona cero con la elección del proyecto arquitectónico de Daniel Libeskind. La idea es que se puede empezar a revitalizar una de las áreas más castigadas de la ciudad. Según el último informe del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, el corazón financiero de la ciudad, estaba ya muy débil por la crisis cuando se produjeron los ataques terroristas por la mala evolución de la economía nacional y la depresión que se respiraba en los mercados.

Es cierto que el proyecto de Libeskind es un paso optimista, pero psicologías aparte, el informe de la Reserva no lo es y dice que la economía de la ciudad no ha tocado fondo. Tampoco el interventor de la ciudad está para fiestas. Su último informe dice que la ciudad ha perdido casi 176.000 empleos en dos años. Según la intervención, apenas se espera crecimiento económico en 2003.

La crisis se nota a pesar del buen humor y el optimismo innato de sus ciudadanos. Se nota en la menor frecuencia de servicio de metro en los fines de semana y, en general, la disminución de servicios se nota, entre otras cosas, en que se tardan días en arreglar desperfectos, en que disminuyen las colas en los restaurantes y en las tiendas para turistas los empleados se aburren.

Las horas bajas son perceptibles en el arte. Tras las colas para exposiciones como la de Matisse y Picasso en el MOMA y las previstas para Manet y Velázquez, en el Metropolitan hay una realidad más amarga. El Metropolitan prevé registra un déficit este año de cinco millones de dólares, como en 2001, ha cerrado temporalmente galerías, ha subido un 20% el precio sugerido de entrada y estudia la rentabilidad de las exposiciones temporales. La Academia de la Música de Brooklyn ya ha retirado del cartel una opera por los recortes de costes. Por esta misma razón, el museo de este barrio sólo tiene prevista una exposición en otoño, tres menos que otros años.

Aunque hay quien ve que la oferta cultural se disparó con los años de la efervescencia económica y ahora vuelve por sus fueros, los que creen que la competencia por la capitalidad en este campo es cara saben que ha desaparecido parte de la financiación aportada por los mecenas. La Bolsa hace poco por este tipo de presupuestos por parte de empresas o empresarios e inversores.

También la financiación pública es corta. Michael Bloomberg está considerado como uno de los alcaldes con mayor simpatía por las artes, pero el rojo que tiñen las cifras de las finanzas de la ciudad le han obligado a reducir el 18% del presupuesto cultural de 2003.

Con este panorama en el que sólo el sector inmobiliario residencial resiste, la popularidad del alcalde cae. En la última encuesta el nivel de aprobación es del 48%. La mayoría sabe que Bloomberg lidia con una crisis presupuestaria como no lo hizo su predecesor, Rudy Giuliani, y de hecho muchos simpatizan con sus problemas aunque no lo suficiente para mantener el voto. Es en barrios como Queens, Bronx o Staten Island, donde ganó las elecciones, donde ahora las perdería. A los votantes no les gusta su distancia (sarcástica, en algunas ocasiones), la subida de los impuestos a la propiedad un 18% y lo peor, la prohibición de fumar en lugares públicos. A que la criminalidad siga cayendo los neoyorquinos ya le han dejado de dar importancia. O la economía repunta o Bloomberg necesitará mejor química para repetir.

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