Exportación y competitividad
Tradicionalmente, las exportaciones españolas se han visto afectadas por una serie de condicionantes negativos que han supuesto un pesado lastre para la introducción y la competitividad de nuestros productos en el exterior. Factores como la excesiva concentración sectorial de nuestras ventas (bienes de equipo, automóvil, alimentación y bienes intermedios se reparten el 80%), la fuerte dependencia de los mercados de la UE (que absorben el 71% del total), la dependencia tecnológica o la carencia de imagen-país y de marcas representativas han frenado el desarrollo de nuestras relaciones comerciales, obligando a las empresas a realizar un esfuerzo suplementario respecto a sus competidores.
La incorporación de España a la unión monetaria, que impedía el recurso habitual a las devaluaciones competitivas y las políticas de apoyo a la salida al exterior de las empresas españolas iniciadas en la década de los noventa y consolidadas con la aprobación en 1997 del Plan 2000 de Exportación, puso las bases para la corrección de los problemas mencionados, objetivo también del más reciente plan de internacionalización.
Es verdad que los logros conseguidos son todavía escasos y más palpables en el terreno de la inversión que en el de la exportación. Sin embargo, también lo es que las inversiones en el exterior han actuado siempre como locomotoras de la exportación; que en los últimos años se han incorporado a la actividad exportadora nuevos sectores como el audiovisual, consultoría o medioambiente; que los mayores crecimientos porcentuales de nuestras ventas se están concentrando en mercados no tradicionales como Europa del Este, China y el Magreb; y que España y algunas marcas españolas, fundamentalmente de bienes de consumo, empiezan a ser identificadas y diferenciadas positivamente en el mercado internacional.
Es en este contexto de lenta superación de los problemas históricos cuando los exportadores españoles se encuentran ante una nueva amenaza a su posición competitiva derivada del desbordamiento de los precios. Los datos del cierre del ejercicio de 2002 confirman que el aumento de los diferenciales de inflación con nuestros socios de la UE se ha traducido en un empeoramiento teórico de la competitividad en precio de las exportaciones españolas de 5,2 puntos desde 1999, fecha de inicio de la UEM, mientras que la participación en valor de nuestras ventas en el comercio internacional, que alcanzó un máximo histórico del 2,01% en 1998, ha descendido hasta el 1,8%.
Un repunte inflacionista que tampoco es ajeno al hecho de que España sea, con datos de Eurostat, el país de la UE con mayor caída en sus exportaciones, y cuyo origen se explica tanto en una insuficiente productividad del trabajo y capital como en los retrasos en la liberalización de determinados mercados estratégicos.
Y es aquí donde se hace imprescindible una rápida respuesta de las autoridades económicas que, sin capacidad ya de recurrir a políticas de cambio y monetaria, sí disponen de soberanía para instrumentar las medidas fiscales, sectoriales y de oferta necesarias para reconducir unos diferenciales de inflación que de mantenerse no sólo agravarán el desequilibrio comercial, sino que, como alertaba recientemente CEOE, derivarán a medio plazo en caídas de la producción y nuevas pérdidas de empleo.