Resurrección
Acuciado por el recuerdo de su padre, que ganó una guerra y perdió las elecciones por causa de la economía, el actual presidente de EE UU se propone ganar la guerra contra Irak -el coste de esa victoria para su país y para el resto del mundo parece importarle muy poco- y satisfacer a su electorado cara a las elecciones presidenciales de 2004. Para ello se ha sacado de la manga una propuesta, que deberá aprobar el Senado, cuya principal pieza es la supresión de los impuestos que gravan los dividendos.
El plan incluye alguna cintita adicional, destinada a guardar las formas y poder decir que también se ocupa de los menos afortunados y busca estimular la economía, que sigue sin entrar en la senda de franca recuperación. Por lo que se refiere a estimular la economía y crear empleo, la propuesta Bush es un disparate, pero resulta coherente con su lógica la preferencia mostrada por favorecer a los pudientes, desdeñando cualquier consideración equitativa, y reducir el peso del Estado en la economía. Veamos por qué se hacen esas dos afirmaciones.
Si de verdad la propuesta hubiese pretendido estimular la economía americana -¡qué crece poco pero no está en recesión, no se olvide!- hubiese resultado preferible alargar la duración de las prestaciones por desempleo y bajar las cotizaciones a la Seguridad Social. Esas medidas sí hubiesen fomentado una más rápida recuperación vía consumo, que a pesar de todo sigue siendo el motor de la economía norteamericana.
La supresión del impuesto sobre los dividendos afectará, cuando entre en vigor, únicamente al 22% de las familias con ingresos inferiores a 100.000 dólares; pero es más, resulta más que probable que, cuando entre en vigor, la demanda adicional por ella originada provoque efectos contrarios a los necesarios en esa coyuntura.
La eliminación del impuesto sobre los dividendos, que de aprobarse reducirá los ingresos presupuestarios unos 380.000 millones de dólares -o sea, más de la mitad de los 674.000 millones que costará el plan en los próximos 10 años- se ha presentado y defendido -entre otros por el semanario The Economist, que se ha convertido últimamente en el portavoz oficioso de la Casa Blanca- como una idea audaz para reducir la carga impositiva que grava al ahorro frente al consumo, promover la acumulación de capital y fomentar el crecimiento a largo plazo. Puede haber algo de verdad en cada una de las tres afirmaciones, pero la experiencia demuestra que no pueden aceptarse como dogmas y que en otros países se han experimentado fórmulas diferentes para impulsar la inversión privada, tales como la reducción de los tipos marginales del impuesto de sociedades, la exención del gravamen sobre los dividendos en caso de reinversión o la deducibilidad de los dividendos como gastos de la empresa.
A ello se añade que el plan Bush, al favorecer la inversión en acciones en relación con otros activos financieros, discriminará entre capital y deuda como canales de financiación de las empresas, rompiendo el principio de neutralidad que los impuestos deberían mantener.
Pero queda por comentar el aspecto que quizás revela mejor la carga explosiva de ese plan y las implicaciones para la economía americana de la estrategia en que se inscribe.
Y es que las ideas presupuestarias de Bush rezuman un entramado ideológico basado en la reducción de impuestos a los ricos, aumento masivo de los gastos de defensa e impulso a una nueva burbuja financiera. Que el resultado sea pasar de un superávit presupuestario previsto a comienzos de 2001 para el decenio 2002-2011 de 5,6 billones de dólares a un déficit de 5,4 billones en el mismo período -y ello sin contar los costes de la más que probable guerra contra Irak- no parece importarle mucho al actual presidente americano si con eso se asegura la reelección.
En realidad, lo que el presidente y sus asesores económicos están haciendo es resucitar la llamada, en la década de los ochenta, 'escuela de los partidarios de la oferta', con la engañifa teórica de la curva Laffer. Y es que para desgracia de todos, no sólo de sus propios conciudadanos, en el caso del presidente Bush se hace realidad el aforismo de Gracián en su Arte de la prudencia, según el cual: 'Hay hombres que más sirven de molestia que de adorno del universo'.