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Columna
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La importancia de la inflación

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

En sus primeros años, el Gobierno explicaba la importancia de reducir la inflación para el crecimiento de la economía española. Aunque entonces no puso los medios para evitar el aumento del diferencial de inflación -no aplicó una política fiscal compensatoria de los efectos que los bajos tipos de interés iban a tener sobre la demanda española ni avanzó gran cosa en las reformas estructurales-, por lo menos mantenía los principios. Durante ese tiempo había que criticar al Gobierno por lo que no hacía, pero no por lo que decía, porque tenía todo el sentido del mundo.

Ahora, sin embargo, hemos pasado a una fase mucho más peligrosa en la cual el Gobierno intenta convencer al país de que la inflación no es importante. Y ello no es cierto.

El diferencial de inflación en España es un asunto muy importante, quizá el problema más importante de la economía española. La justificación de esta importancia es muy simple y es que, estando dentro del euro, los problemas derivados de la falta de competitividad que genera el diferencial de inflación no se podrán corregir con facilidad a través de una devaluación, sino que, una vez que aparezcan sus consecuencias -bajo crecimiento, aumento del paro, déficit público, etcétera-, se requerirá mucho tiempo para dar la vuelta a esa situación.

Para quitar importancia a la inflación, el Gobierno ha utilizado dos argumentos: el primero es que el 3,3% de crecimiento de precios de las manufacturas es inferior al registrado por el índice general, y que, puesto que competimos en el exterior exclusivamente en manufacturas, el 4% de crecimiento del IPC general no importa a efectos de competitividad. El segundo argumento es que durante el año 2003 vamos a ver descender la inflación en España.

Estos dos argumentos no tranquilizan en absoluto. En primer lugar, para cualquier país, el IPC general tiene unos efectos negativos sobre la competitividad que no son despreciables, ya que las empresas que compiten en el exterior tienen que comprar al resto de la economía una serie de productos y servicios y, en la medida que sus precios crezcan por encima de lo que crecen para sus competidores, su margen empeora y, por tanto, sus posibilidades de competir.

Pero lo que es más importante es que la principal industria exportadora de España es el turismo, y el turista no compra precisamente manufacturas, sino que compra de todo (el turista va a un bar, a un hotel, se sube a un taxi, llama por teléfono, etcétera).

Por tanto, el indicador más próximo de pérdida de competitividad en el turismo es justamente el IPC general y no el IPC en manufacturas, y por ello en España debemos vigilar más el IPC general que el de manufacturas. Los incrementos de precios en el vestido y el calzado por encima del 5%, con que se ha cerrado el año 2002, no van a animar a los turistas a salir de compras.

Respecto al descenso de la inflación española durante el año 2003, es algo que todos los analistas esperan, pero lo que importa a efectos de competitividad no es que el IPC español vaya a bajar de un incremento medio del 3,5% en el 2002, a un 3,2% en 2003 -que es lo que la mayoría de los analistas predicen-, sino que se reduzca el diferencial con Europa, y dado que los analistas estiman que la inflación europea también caerá en 2003, la caída del IPC en España no reducirá el diferencial.

Por tanto, dejemos de quitar importancia a la inflación. Tome o no tome decisiones para reducir la inflación, el Gobierno no debería tranquilizar a los españoles sobre nuestra inflación diferencial, sino, como hizo al principio de su mandato, debería decir la verdad, explicar que es un asunto importante, serio y con consecuencias graves si no se toman las medidas adecuadas.

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