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Columna
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La distancia educativa

Juan Manuel Eguiagaray Ucelay subraya las carencias de la educación a distancia en España. El autor expone un caso concreto y asegura que hacen falta más que anuncios para entrar de verdad en la sociedad de la información

Me cuesta dar por bueno lo que les voy a contar. Y es que más parece una historia singular, excepcional, sacada de un buzón de reclamaciones, que la descripción del funcionamiento ordinario de un servicio público educativo en la era de la información.

Pongamos que hablo de Madrid, de educación y, en concreto, de Bachillerato. Como ustedes saben, la adolescencia es una edad difícil en la que los cambios hormonales y otras alteraciones menos orgánicas suelen aliarse para contribuir al fracaso escolar. Como resultado, un cierto número de estudiantes abandonan los estudios, al menos durante un tiempo. Suele ser una lástima, cuando no una verdadera desgracia. Sin embargo, algunos maduran repentinamente y, con ayuda de otros o empujados por su propia experiencia, vuelven sobre su pasos, intentando recuperar el tiempo perdido. No siempre es fácil y, por ello, es razonable que la sociedad ponga algunos medios al alcance de quienes están dispuestos a hacer un esfuerzo suplementario.

Uno de los medios para lograr el reenganche de esos estudiantes es la educación a distancia. Es cierto que la pedagogía convencional no lo ve con muy buenos ojos. Pero, con frecuencia, es la única alternativa para facilitar la vuelta a los estudios de quienes han empezado a trabajar o de aquellos otros que, tras sufrir malas experiencias, no desean repetirlas. Unos porque no pueden volver físicamente a las aulas. Otros, porque se sienten mayores para hacerlo. Algunos más, en fin, porque tienen demasiado recientes sus malos recuerdos.

La enseñanza a distancia, tal y como funciona, se ha convertido, por la falta de medios, en una nueva versión de los estudios en horas vespertinas

Se diría que en la era de la electrónica y las comunicaciones, las posibilidades ofrecidas por la técnica habrían de estar disponibles con cierta normalidad para estos objetivos. No parece el caso de acuerdo con mi experiencia.

Cuando a finales del verano pasado uno de estos jóvenes en proceso de reconsideración de su propia vida se me acercó para confesarme que había decidido volver a estudiar, puse todo mi empeño en facilitarle tan loables propósitos. Puesto que no iba a acudir al instituto, traté de asegurarme de que contaría con el debido apoyo docente. Al fin y al cabo, en esta hora de Internet, uno no deja de pensar que ninguna pantalla de ordenador puede sustituir a un buen profesor.

De modo que consulté con los responsables educativos de la Comunidad de Madrid las modalidades del curso de Bachillerato a distancia, sus fechas de comienzo, el material disponible, digital o analógico y las ayudas pedagógicas ofrecidas a quienes no iban a tener contacto visual permanente con sus profesores. Las contestaciones que me dieron no pudieron ser más desoladoras, tanto por la supina ignorancia de quien respondió a mis preguntas como por el descaro con que desdeñó mis inquietudes sobre la orientación pedagógica. 'Y a usted, ¿para qué le importa saber el material con que se cuenta?', vino a decirme.

Mi absoluta confianza en la humanidad -y la ausencia de alternativas- me llevó a minimizar esta impresión atribuyéndola a la desorganización tradicional de los comienzos de curso. El comienzo efectivo sería más prometedor. ¡Vana ilusión!

Con un mes de retraso sobre el comienzo ordinario de la enseñanza convencional, la primera reunión de los estudiantes con los responsables de la enseñanza a distancia apenas sirvió para clarificar las cosas. Una parte del material a utilizar no estaba todavía decidido, pero, desde luego, se anunciaría en breve. Los títulos que ya estaban decididos fueron comunicados oralmente (las fotocopias deben estar prohibidas en algunos institutos, dados los fondos disponibles) para su adquisición en las librerías.

Entre los títulos recomendados no faltaron los que se habían agotado en las editoriales, ni tampoco otros que fueron, posteriormente, sustituidos. De modo que quienes, llevados de su celo, se apresuraron a adquirirlos hicieron un pésimo negocio.

Pero, en fin, al menos el novedoso curso de 'Bachillerato a distancia' empezaba. Obtenido el material básico, quedaba por saber el contenido preciso de los programas y el procedimiento de seguimiento de los estudiantes.

En relación con lo primero, sólo la amabilidad y la piedad de un profesor del centro, dispuesto a utilizar su autoridad e influencia para conseguir fotocopias, logró evitar que el estudiante de mi historia se pasara una tarde entera transcribiendo los programas del tablón de anuncios. Otros medios de difusión, incluido el correo ordinario, no habían sido contemplados, al parecer. Y, en relación con lo segundo, el anuncio de tutorías para quienes pudieran acercarse con regularidad al centro, fue acompañado del compromiso de publicación de una pagina web y el envío de las direcciones de correo electrónico para la comunicación de profesores y alumnos. Un medio tan natural como indispensable hoy para quienes no pudieran asistir al centro con regularidad.

Desgraciadamente, a finales de noviembre ha sido imposible ver en funcionamiento medio electrónico alguno. Las cuentas de correo, que dicen existir, no funcionan y la comunicación con los profesores resulta imposible, si no es por la vía de la asistencia al centro. En suma, la enseñanza a distancia, tal y como funciona, se ha convertido, por la falta de medios de que disponen los profesores del centro -supuestamente, uno de los mejores institutos de la Comunidad de Madrid-, en una nueva versión de los estudios en horas vespertinas.

Nada que lo distinga hasta ahora de modo especial: ni por el material disponible, ni por las ayudas especiales, ni por el esfuerzo en conseguir una relación mínima entre profesores y alumnos distantes. Solamente el tesón y la voluntad de algunos de los profesores que he podido conocer permiten tolerar tamaña dejadez, semejante falta de medios y tanta desorganización.

Usted, querido lector, me perdonará el exceso de detalles de la historia y la indignación que transpira. Pero quizá quiera preguntarse conmigo si acaso la sociedad en la que vimos no se ha hecho doblemente virtual. Aparecen las tecnologías que pueden ayudar, se anuncia su masiva introducción en la enseñanza y por este solo hecho damos por descontado que ya estamos a la cabeza del progreso. Me temo que no. Hacen falta bastantes más cosas que anuncios y palabras para que algo de esto se convierta en realidad.

Por ejemplo, muchos más medios para la educación. Para que, entre otras cosas, no se confunda la educación a distancia con la distancia educativa. Y, de paso, para que acabemos de entrar en la sociedad de la información, al menos en aquellas áreas en que resulta especialmente recomendable.

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