Paro, Oscar y carbón
Aunque parezca oportunismo, es difícil resistirse a comentar la coincidencia en el mismo día de dos noticias que vinculan ficción y realidad. El pasado lunes, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas daba a conocer la designación de la película del director Fernando León, Los lunes al sol, para competir por el Oscar a la mejor producción de habla no inglesa. Simultáneamente también se hacían públicos los datos de la encuesta de población activa (EPA) correspondientes al tercer trimestre de este año. Ambas noticias tienen que ver con el paro.
La primera porque arranca evocando en la pantalla una mala política que fue real, la de reconversión en sectores industriales maduros como el naval, justificada en la necesidad de aliviar los déficit que originaban e impuesta en aras de una industria de futuro más competitiva. Y termina con las desdichas de los personajes inventados por el guionista, pero que las sufrieron realmente quienes en sus comarcas vieron que todo se quedaba en un ajuste puro y duro, sin inversiones industriales nuevas y, por tanto, sin el futuro prometido, abocados a las prejubilaciones y al paro como única alternativa.
La segunda nos desvela las consecuencias reales de la ficticia ecuación en la que se basa la política económica del actual Gobierno. El déficit cero y las reformas fiscales no cuadran el círculo virtuoso de la inversión productiva y la creación de empleo, sino que encorsetan a los poderes públicos aun cuando se retrae la inversión privada, aumenta el paro y se adelgazan las políticas sociales. Y por mucho que se maquille el guion, los datos seguirán cantando su equivocación.
Porque alegar, como han hecho el ministro de Trabajo y el secretario de Estado de Economía, que se sigue creando más empleo que en otros países europeos y que el paro se ha incrementado por el aumento de la población activa con jóvenes y, sobre todo, mujeres que desean trabajar no sirve para edulcorar la realidad marcada por un alza del paro en mayor medida y más deprisa que en la Unión Europea.
Aquí ha crecido el paro a un ritmo cercano al 15% anual en el tercer trimestre, cuando lo hacía al 8% en el primero, hasta situarse la tasa de paro en el 11,4% de la población activa. Una evolución porcentualmente cuatro veces superior a la de la media europea, puesto que, mientras nuestro índice de desempleo ha subido 1,2 puntos en un año, el de los Quince sólo se ha elevado en 0,3 puntos, alejándonos de nuevo de la convergencia con la Unión Europea, cuya tasa media de paro es del 7,6%. Por otra parte, en ciclos expansivos anteriores, de cada diez empleos que se creaban, siete tenían que dedicarse a absorber el crecimiento de la población en edad de trabajar y sólo tres a paliar el desempleo existente.
Desde mediados de los noventa, la relación es exactamente la inversa, al agotarse los efectos del crecimiento vegetativo de la población en las décadas de los sesenta y setenta. Un cambio de tendencia aprovechado en la propaganda de los Gobiernos del PP hasta ahora, cuando de presentar la reducción del paro se trataba, pero que no puede justificar las carencias de sus políticas de empleo que también ahora se ponen en evidencia crudamente.
Porque no se avanza hacia el pleno empleo en España desentendiéndose de la incorporación de las mujeres al mercado laboral, ya que su baja tasa de actividad, casi 12 puntos inferior a la europea, y su alto grado de desempleo, más del doble que el de los hombres, constituyen los retos fundamentales para engarzar con la estrategia de empleo europea.
Como lo es también mejorar la calidad de los empleos, objeto de advertencia desde la Comisión Europea que en su Informe Anual sobre el Empleo acaba de señalar el desmesurado grado de temporalidad en nuestro país, el 31,5%, en relación al 13,2% de promedio en la UE. De persistir el Gobierno en el mismo guion, sólo coincidirá con el de Fernando León en que ninguno de los dos tiene un final feliz. Pero, mientras el cineasta reúne méritos sobrados para aspirar al Oscar, el Gobierno los acumula para obtener el carbón con el que se distingue a los peores. De nuevo la realidad puede ser peor que la ficción.