La debilidad estadounidense lastra al sector exportador de México
Los indicadores económicos sugieren que la recuperación de la economía mexicana es más frágil que hace unos meses. Las cifras señalan que el mes de abril habría sido el de mayor crecimiento y que, a partir de esa fecha, la actividad ha sufrido una paulatina desaceleración. Así como el crecimiento de la demanda externa fue el responsable de la reactivación de la economía en el segundo trimestre del año, cuando el crecimiento del PIB alcanzó el 2,1% interanual, este factor ha sido el causante de la desaceleración a partir de abril.
La estrecha vinculación de los ciclos mexicano y estadounidense descansa en el hecho de que México destina más del 85% sus exportaciones a EE UU. La dependencia del país azteca no es sólo comercial, puesto que Estados Unidos es el principal inversor en México y eso se ha hecho notar en la contracción del 15% de la inversión directa extranjera en la primera mitad de 2002.
Las perspectivas para los próximos meses no son más positivas. La caída de la producción industrial estadounidense en agosto podría significar que el estrechamente vinculado sector industrial mexicano podría volver a experimentar crecimientos negativos. De hecho, las exportaciones manufactureras ya se contrajeron ese mes en un 7%. La demanda interna parece no estar en condiciones de poder relevar a la externa como motor del crecimiento en el segundo semestre de 2002.
Los datos de ventas minoristas muestran débiles crecimientos, mientras que el proceso de destrucción de empleo en el sector industrial continúa y los salarios reales no han avanzado desde abril, oscureciendo las perspectivas de una recuperación del consumo. Por su parte, la inversión fija muestra en julio un leve crecimiento tras dos meses de contracción y en un contexto de incertidumbre generado por la volatilidad de los mercados financieros y de caída en la inversión extranjera es poco probable que genere sorpresas al alza. La falta de reformas en sectores clave como el eléctrico y el petrolero debido a las fuertes diferencias políticas en el Congreso tampoco ha contribuido al crecimiento de la inversión.
Las autoridades mexicanas se enfrentan a esta desaceleración con pocas armas. Por un lado, el elevado ritmo de crecimiento de los salarios hasta 2001 ha generado presiones sobre el precio de los bienes no negociables, mientras que la depreciación del 12% del peso en el año también pasará factura al precio de los bienes negociables. Con una inflación que supera la meta de fin de año, el Banco de México ya ha debido tensionar su política monetaria en septiembre. Más aún, los recientes aumentos salariales en Pemex, la petrolera estatal, podrían traspasarse al resto de la Administración pública, generando nuevas presiones inflacionistas. De esta forma, el Banco de México no dispone de un margen para efectuar una política monetaria anticíclica.
En el lado fiscal, pese a que se está en línea con el objetivo de déficit para 2002, los mayores ingresos generados por el alza del precio del crudo se han visto truncados por una recaudación tributaria decepcionante, por lo que tampoco existe la suficiente holgura para poder aumentar el gasto público.
Pero no todo es negativo para México, de la misma forma que desde 2001 ha sufrido la desaceleración estadounidense, en 2003 la reactivación de su principal mercado e inversor debería permitir volver a mostrar crecimientos próximos al 4%. Después de todo, no es tan malo depender de la mayor economía del mundo, una de las más seguras y dinámicas.