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Tribuna
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Supuestas bondades del déficit cero

Un año más, el Gobierno ha presentado un proyecto de Presupuestos con déficit cero. Mismo objetivo presupuestario e idénticas prioridades en el gasto público que en años anteriores, con la importante diferencia de encontrarnos en una situación económica de estancamiento e incertidumbre ante el clima prebélico que atravesamos por el posible ataque a Irak. La terapia utilizada por el Gobierno ante la difícil situación que atravesamos difiere de la aplicada por los principales países europeos que, con el apoyo de la Comisión, del BCE y FMI, están estudiando posponer el objetivo del equilibrio presupuestario a 2006.

Las razones esgrimidas por el Gobierno en su defensa del déficit cero, según el ministro de Hacienda, son las siguientes: prolonga el crecimiento de la renta y del empleo, contribuye a la estabilidad de los precios, asegura la protección social, facilita la bajada de impuestos, favorece la inversión y reduce la deuda pública. Sin embargo, a la vista de la evolución reciente de nuestra economía, no parecen cumplirse las supuestas bondades descritas por el Gobierno.

Es indudable que la entrada en el euro y la cesión de soberanía monetaria derivada, revaloriza el papel compensador y estimulador de la política presupuestaria nacional, sobre todo una vez desaparecida la política cambiaria nacional como mecanismo de ajuste.

En primer lugar, como herramienta amortiguadora ante shocks exógenos que afecten en mayor medida a unos países que a otros, las llamadas perturbaciones asimétricas. Y, por otro lado, como instrumento catalizador que permita alcanzar el reto de la convergencia real con los países más avanzados de la UEM. Si por tanto convenimos que el objetivo en la Europa del euro es la convergencia real, parece lógico pensar que los gobiernos más retrasados, deberían dirigir sus políticas económicas a paliar los retrasos sociales existentes y establecer los pilares necesarios para aumentar el crecimiento potencial y garantizar su sostenibilidad. Sobre todo, cuando se observa que esos supuestos beneficios a los que hace referencia el Gobierno no parecen cumplirse.

Es cierto que la economía española viene creciendo en los últimos seis años por encima de la media comunitaria. Sin embargo, nuestro crecimiento en los dos últimos años ha caído en casi un 50%, con el agravante de que lo único que funciona en nuestra economía es la construcción, mientras el consumo privado ha caído dos puntos porcentuales del PIB, y la inversión en bienes de equipo y nuestras exportaciones se sitúan en tasas negativas. No parece, pues, que el déficit cero haya conseguido sostener nuestro crecimiento, ni que haya establecido las bases de un crecimiento más sano.

Tampoco parece que el déficit cero haya prolongado el ritmo de creación de empleo. Según los últimos datos publicados por la EPA, en un año han ingresado más de 190.000 personas en las listas del paro. Es más, nuestro diferencial de desempleo respecto a la UE ha aumentado en los últimos meses.

La estabilidad de precios tampoco se ha conseguido. La inflación interanual se sitúa en el 3,6%, y en lo que llevamos de año ya se ha superado el objetivo del 2% fijado por el Gobierno para todo el 2002. Por no mencionar la inflación subyacente situada en el 3,8%. El descontrol de precios es el principal problema de nuestra economía, que no sólo resta poder adquisitivo a las familias, sino que mina la competitividad de nuestras empresas ante el alto diferencial de precios que soportamos respecto al resto de colegas europeos. Tampoco el déficit cero ha ayudado a mejorar nuestros niveles inversores. La inversión en bienes de equipo se sitúa en el -4,4% del PIB, y entre 2000 y 2001 dicha inversión ha caído un 125% lo que explica la negativa evolución de la productividad total de los factores en nuestra economía.

La deuda pública ha aumentado en los últimos seis años un 14,9%, al pasar de los 316.490 millones de euros en 1996 a suponer 372.116 millones de euros en 2001. Y, por lo que respecta a la presión fiscal, ésta se ha visto incrementada en 2,7 puntos sobre el PIB en los últimos seis años, al tiempo que se ha disminuido el gasto social. Con el agravante de que las supuestas rebajas fiscales efectuadas se han centrado en las rentas del capital, en detrimento de las rentas provenientes del trabajo.

El déficit cero no hace cumplir los supuestos beneficios esgrimidos por el Gobierno. Es más, a la vista de los datos, la obsesión por alcanzarlo no ha eliminado los retrasos tecnológicos, de stock de capital, sociales y de empleo que soporta nuestra economía, y que son a la larga los que nos permitirán converger con los países más avanzados de la Unión.

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