Llega la electricidad con etiqueta
No podía tardar en llegar. La competencia en el sector eléctrico, como en la comercialización de tantos otros productos y servicios, ya no se basará sólo en el precio sino también en las cualidades que cada consumidor aprecie en las diferentes ofertas.
La creciente apertura de los mercados energéticos está llevando aparejada la necesidad de etiquetar los voltios, una práctica que ya es obligatoria en Austria, y pronto lo será en Bélgica, Holanda y Suiza. Las compañías europeas se inquietan ante el coste económico y esfuerzo logístico que puede suponer el rastreo de la procedencia de cada voltio que llega a los hogares o las empresas.
'Los clientes tienen derecho a saber lo que están comprando', defiende Claude Turmes, eurodiputado de los Verdes y ponente en la tramitación legislativa de una directiva europea que en 2004 extenderá la liberalización hasta el 60% del mercado eléctrico (el Gobierno español ha prometido el 100% para el próximo año).
El texto, que se espera concluir este mismo semestre, exige, según el borrador actual, que el suministrador detalle en las facturas la contribución de las diferentes fuentes de energía (carbón, nuclear, gas natural, renovables, etcétera) a la producción de su electricidad, basándose en los datos históricos del último ejercicio.
La futura etiqueta deberá especificar además la relación entre cada fuente y las emisiones de CO2. Otra directiva ha impuesto un 'certificado de garantía' (obligatorio desde octubre de 2003) a los productores de energías renovables, y el mismo sistema se extenderá a la cogeneración.
Eurelectric, la organización que representa los intereses de las principales eléctricas europeas, observa con extrema cautela esta tendencia acelerada hacia el etiquetado. 'Los clientes tienen derecho a obtener la información relevante sobre lo que están comprando', admite Chris Boothby, jefe de comunicación de Eurelectric. 'Pero tememos que el coste de obtener esta información se traslade al consumidor'.
A diferencia de los monopolios que controlan verticalmente el mercado desde la generación hasta la factura de la luz, la liberalización ha aumentado el número de actores en la cadena. En ocasiones, los distribuidores finales ni siquiera saben la procedencia exacta de una energía que han adquirido al por mayor.
El etiquetado puede exigir, por tanto, una certificación de origen que debe ser emitida o visada por un regulador independiente. Boothby subraya que cualquier sistema de rastreo o certificación deberá ser 'simple, práctico y eficaz en relación con el coste'.
'La trazabilidad de la energía eléctrica es posible, como ha demostrado EE UU, y no es muy caro hacerlo', defiende Christof Timp, firmante, junto a otros expertos, de un estudio sobre el tema patrocinado por la CE y que se hizo público la semana pasada. Nadie parece atreverse, sin embargo, a aventurar cuánto incrementará la factura final el etiquetado (se habla extraoficialmente de cinco céntimos por kilovatio/hora). Tampoco hay consenso sobre los datos que deben figurar en la etiqueta.
'La información que se facilite tiene que ser objetiva, como en el etiquetado de los alimentos', aconseja Edward A. Holt, presidente de la consultora estadounidense para el sector eléctrico Ed Holt & Associates. La experiencia de EE UU, donde el etiquetado es obligatorio en 19 Estados, también ha enseñado a Holt que 'las reticencias de las compañías desaparecen al poco tiempo'. 'La etiqueta permite diferenciar el producto'. Y, por qué no, arrebatar clientes a la competencia.