Florida tropieza en la misma urna
Ser votante en Florida no es fácil. En las elecciones presidenciales de 2000 una de las imágenes más repetidas fue la del interventor electoral que, estrábico del esfuerzo, contaba imposibles votos para decidir quien iba a ser el 43 presidente de EE UU. Los fallos del sistema en Florida, estado presidido por Jeb Bush, el hermano del candidato ganador, dejaron pendiendo de un hilo unas elecciones que mantuvieron boquiabierto al mundo acostumbrado a ver estas chapuzas en latitudes en las que la democracia es más una fachada que un hecho. Ante la opción de rasgarse las vestiduras, el presidente saliente, Bill Clinton, prefirió echar mano del sentido del humor para asegurar que 'el pueblo ha hablado..., sólo que no sabemos lo que ha dicho'.
Pero el episodio electoral de hace dos años ha resultado no ser una anécdota y los problemas se han repetido en Florida a pesar de que el hermano del presidente dijo que los resolvería. La fiscal general de Clinton, Janet Reno, lucha para solicitar la revisión en las primarias demócratas a la elección del candidato a gobernador de Florida. Su opositor, el hasta ahora desconocido abogado, Bill McBride, canta victoria olvidándose de las irregularidades y las demandas de revisión de Reno, algo que los demócratas hubieran querido que Al Gore hubiese hecho en 2000. Reno ha pedido la revisión de los votos pero se le ha negado y está irritada con la actitud de su competidor demócrata, ya que ajeno a los problemas electorales, McBride ha dicho estar preocupado por pasar al siguiente escalón de la campaña y enfrentarse con el gobernador republicano Jeb Bush.
Todo este caos es malo para los demócratas porque la actitud de McBride ha molestado también a los votantes de Reno y partidarios de uno y otra están más divididos que nunca. Tampoco es bueno para Bush que muestra así su escaso acierto a la hora de arreglar uno de los problemas que más vergüenza nacional e internacional le ha causado. La responsabilidad de lo que ha pasado es doblemente suya por no solucionar el problema de clarificar lo que sus votantes tienen derecho a decir.
El único dato positivo que puede derivarse de este embrollo electoral es que queda patente la necesidad de renovar una ley federal que aclare procesos y defina los papeles de los encargados de que las elecciones sean limpias y transparentes. Hasta ahora, la única reforma, que aún no está en vigor, es la que se refiere a la financiación de campañas y que supone el fin del llamado soft money, el dinero sin control donado por los lobbies a los candidatos y que tantos dolores de cabeza ha dado a algunos tras la explosión de los escándalos empresariales.
Mientras, no se conocerán los resultados de estas primarias hasta el miércoles a pesar de que los votantes se acercaron a las urnas el martes 10 de septiembre. Cabe esperar para el 6 de noviembre (un día después de la cita electoral) un resultado más claro y rápido de las elecciones a gobernador y que la pregunta que se tenga que responder no sea qué han dicho los votantes sino hacia dónde se inclina el voto de la comunidad hispana (mayoritariamente compuesta por exiliados cubanos) que gana importancia entre los dos partidos por su crecimiento en varios estados como Florida, California o el mismo Nueva York. En este sentido Reno lo tiene difícil. Los cubanos no le perdonan su decisión de devolver a Eliancito a los brazos de su padre y de Fidel Castro, una de las razones para que McBride quiera ser el candidato.