En guerra permanente sin libertad duradera
Antonio Gutiérrez Vegara asegura que el nuevo orden unilateral marcado por EE UU es de libertad menguante y con más riesgos para todos. Las relaciones internacionales, afirma, pueden entrar en la dinámica de guerra permanente
Ayer se celebró el Día Patriótico en EE UU, consagrando así el 11 de septiembre como fiesta no oficial, a propuesta de su presidente George Bush. Obviamente, no podía vivirse como fiesta la evocación de la mayor tragedia sufrida por aquel gran país desde su guerra civil, pero la ciudadanía norteamericana tampoco pudo evocar la luctuosa fecha con el mínimo sosiego, sintiéndose más seguros que ayer ni con la esperanza en un futuro más despejado de graves amenazas.
Por el contrario, en alerta máxima y bajo un colosal despliegue militar por tierra, mar y aire, la psicosis colectiva se ha agudizado ante el temor a nuevos atentados, inducido por sus gobernantes sin un solo dato solvente que avalara tan exageradas medidas de seguridad.
Tomar precauciones en momentos tan señalados es de elemental prudencia, pero abrumar a la gente cargando el ambiente con tensiones emocionales exacerbadas y constreñirlo entre aviones militares, navíos de la armada y fusiles apostados en cada esquina parece más orientado a preparar un clima prebélico que a prevenir un atentado terrorista tranquilizando a la población. No puede evitarse la presunción de que la conmemoración del 11-S ha formado parte de los preparativos de la guerra contra Irak que el presidente norteamericano viene propugnando desde hace meses.
Una guerra que no puede justificarse basándose en el salvaje atentado de hace un año contra las Torres Gemelas, puesto que ninguna investigación ha podido ni tan siquiera intuir -no ya demostrar fehacientemente- la implicación del régimen de Sadam Husein ni tampoco porque se disponga a lanzar un ataque con armas de destrucción masiva, ya que los datos disponibles hasta la fecha no corroboran tal hipótesis. Los expertos del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos acaban de señalar, sin afirmarlo rotundamente, que Irak tiene 'probablemente' armas químicas y biológicas, que podría disponer de tecnología para fabricar una bomba nuclear, pero aseguran que es impensable que lo logre sin ayuda exterior y que a lo sumo cuenta con una docena de misiles Al Hussein, con un radio de acción de apenas 650 kilómetros, con los que sólo alcanzaría a sus vecinos, pero sería absurdo que los emplease contra ellos, dado que hoy están en mejores relaciones con Sadam que hace un año, oponiéndose a los planes belicistas de Washington.
Sólo queda el juicio sobre las intenciones del dictador de Bagdad y el deseo de que desaparezca su dictadura. Como sería deseable que se acabasen tantos regímenes dictatoriales que aún quedan sobre la Tierra y que, por cierto, disponen ya de armamento nuclear sin que el mundo pueda estar mucho más tranquilo con ellos que con el de Sadam Husein. En todo caso, las intenciones presumibles del nefasto Gobierno iraquí y los nobles deseos para con los pueblos que soportan dictaduras no son suficientes para desencadenar una guerra. Y no sólo por sus imprevisibles consecuencias, incluida la espiral de venganza que pudiera extenderse por todo el planeta, que ya sería suficiente inquietud como para desestimar las pretensiones de la Administración Norteamericana, sino por la propia dignidad del mundo democrático que perdería su credibilidad -bastante mermada- como baluarte de la justicia y su valor como referencia para el progreso en convivencia. Y por respeto a sus propios ciudadanos, que no pueden verse involucrados en decisiones ilegítimas.
Porque la doctrina del ataque preventivo no está respaldada por el derecho internacional y crearía una escuela peor que la que ya ha generado el combate antiterrorista como pretexto para abundar en la masacre de Chechenia o en la de Palestina.
Se respondió a los atentados del 11-S con la guerra de Afganistán en aras de la Libertad duradera -tras desestimar la otra consigna más pretenciosa de Justicia infinita- y aunque se logró derribar a los talibanes, aún queda mucho camino por recorrer en aquel país hasta que pueda considerarse un Estado democrático. Camino que por cierto se está recorriendo con más esfuerzo político y económico de la UE que de EE UU, sin que el hegemonismo de éstos haya dejado de afianzarse en detrimento de un nuevo orden internacional más equilibrado.
Mal está que se acepte esa posición hegemónica pero peor aún es que se deje ejercerla vulnerando las reglas de Naciones Unidas y con una cabeza que arrastra a los países de la UE y al resto del mundo por derroteros cada vez más peligrosos. Lamentablemente, la UE sigue sin la coherencia interna ni la autoridad política necesaria para encauzar la situación hacia soluciones más cabales.
Al incondicional apoyo de Tony Blair a los planes de guerra de Bush se acaba de sumar la posición favorable de Aznar, aún antes de contar con el visto bueno de la ONU, lo que incluso corrige las declaraciones realizadas hasta el momento por su ministra de Exteriores, que estaban más en línea con las condiciones requeridas por los demás países europeos, entre los que se han destacado de forma más clara Alemania y Francia.
Así las cosas, la perspectiva que se nos presenta con este orden unilateral no es de libertad duradera sino de libertad menguante y con no mayor seguridad sino con más riesgos para todos, en una demencial dinámica de las relaciones internacionales marcadas por la deriva hacia la guerra permanente de quien las domina hoy por hoy.