El año del desplome del comercio
El comercio mundial sufrió el año pasado el mayor desplome conocido en 19 años. Aunque la desaceleración económica ya auguraba a mediados de año que la caída sería fuerte, sobre todo tras haber protagonizado un crecimiento récord del 12% en 2000, el 11-S colmó el vaso. Después de los atentados, la Organización Mundial del Comercio (OMC) revisó sus previsiones a la baja, desde un crecimiento del 7% hasta el 2%. Pero los datos finales resultaron peor de lo esperado.
Las transacciones comerciales internacionales de mercancías se contrajeron un 1% en 2001 frente al año anterior y el valor de las mismas fue un 4% inferior, hasta seis billones de dólares. Fue la mayor caída desde 1982.
La OMC señaló en su avance del informe anual, publicado en mayo pasado, que el 11-S fue una de las tres causas responsables del desplome, junto al pinchazo de la burbuja tecnológica y la debilidad de la demanda de Europa occidental.
Los atentados afectaron el comercio desde varios flancos. Por un lado, el comercio está ligado directamente a la marcha de la economía mundial, y la acusada desaceleración supuso un duro varapalo a la demanda de bienes y servicios, es decir, a los pedidos exteriores. Por otro, el 11-S conllevó un aumento de los costes en las transacciones comerciales.
'Los gastos de las transacciones internacionales también han subido, en parte como resultado de las consecuencias del 11 de septiembre. La combinación de costes más altos de las transacciones y la desaceleración en la inversión tecnológica reducirá probablemente el ritmo de globalización', dice la OMC en su informe. El reforzamiento de la seguridad es uno de los factores que más ha influido en el aumento de los costes, afectados a su vez por el encarecimiento de los transportes. Aunque no hay cifras definitivas, los analistas estiman que el 11-S ha supuesto que los costes se eleven en torno a un 10%.
'El impacto en el comercio ha sido uno de los mayores producidos en la economía', afirma José Luis Martínez, analista de Citigroup.
La caída de la demanda fue muy acusada en EE UU, lo que perjudicó a otras economías dependientes de sus compras, como Japón o México. El valor de las importaciones desde EE UU, país que acapara el 23% del total, cayó un 6% en todo el año. El mayor descenso se acusó en los pedidos de productos de tecnología de la información, de lo que se resintieron los países del sureste asiático. Las exportaciones de Singapur se contrajeron un 12%, y las de Taiwan, un 17%.
Pero no sólo las mercancías acusaron los efectos del 11-S. El valor del comercio mundial de servicios cayó un 1,5%, hasta 1,4 billones de dólares, presentando el primer descenso desde 1983. El frenazo es más acusado al comparar este dato con el de 2000, cuando los servicios experimentaron un incremento del 6%.
En el caso de EE UU, las importaciones registraron una notable caída 'acentuada por el impacto de los acontecimientos del 11 de septiembre', según reconoce la OMC en su informe. Las compras de servicios de EE UU descendieron un 7% en 2001, después de haber crecido un vertiginoso 16% el año anterior.
Esta caída 'tuvo sus mayores repercusiones en la exportación de servicios de sus socios del Nafta Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte, en sus siglas en inglés', asegura la OMC. Canadá y México registraron récord de caída en sus exportaciones de servicios, un 5% y un 7%, respectivamente.
El miedo a volar que se extendió entre los estadounidenses afectó asimismo a los países caribeños. El gasto que los estadounidenses destinan a volar se redujo un 9%, lo que 'impactó severamente a muchas economías que son muy dependientes del turismo para sus ganancias en moneda extranjera', afirma la organización. 'El sector más afectado fue el del turismo, y supuso la quiebra de aerolíneas y una baja ocupación hotelera. En respuesta a ello, las empresas del sector se percataron del exceso de capacidad que tenían y aplicaron recortes de personal', afirma Ramón Carraso, del departamento de estudios de Beta Capital.
El desplome de las cifras no fue, sin embargo, el único perjuicio para el comercio mundial. Con repercusiones más a largo plazo, el miedo a la inestabilidad provocó una oleada de proteccionismo en las economías más avanzadas liderada por EE UU. 'La mayor debilidad económica propició que muchos países adoptaran medidas proteccionistas', señala Martínez.
El pistoletazo de salida lo dio EE UU al aprobar en marzo unas medidas de salvaguarda para proteger a la industria del acero, elevando los aranceles hasta el 30%. En mayo se concedieron nuevas ayudas a los agricultores, haciendo caso omiso a las críticas internacionales.
El comercio tardará en recuperarse. La OMC prevé que sólo aumente un 1% este año. De momento, en el primer trimestre las exportaciones de los países del G-7 (EE UU, Japón, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia e Italia) se contrajeron un 2,3%, y las importaciones, un 3,7%.
Del espíritu de Doha al proteccionismo
La primera consecuencia en el comercio que tuvieron los atentados del 11-S fue la incertidumbre que crearon sobre la celebración de la Cuarta Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que debía tener lugar dos meses después en la capital de Qatar.
La situación geográfica de Doha, en pleno golfo Pérsico, colocaba la reunión en medio del huracán, más ante la inminencia de un ataque a Afganistán. Desde la organización internacional se llamó a la calma y los anfitriones de la conferencia continuaron los preparativos, pero en Ginebra, en los pasillos de la sede de la OMC, los delegados dudaban de su celebración.
La necesidad de impulsar la economía por la vía comercial, en un momento de grave crisis, ganó terreno entre los 142 miembros participantes, que serían 144 al incorporarse durante la reunión China y Taiwan. La conferencia no sólo se celebró, sino que sacaron adelante el gran objetivo: el lanzamiento de una nueva ronda liberalizadora.
Ya en los augurios de la reunión, que se celebró entre el 9 y el 14 de noviembre, las delegaciones de los países más avanzados, entre ellas las de EE UU y la de UE, presionaban para aprobar la ronda, en un intento de abrirse nuevos mercados y amortiguar la desaceleración económica. Aunque los participantes llegaron a Doha con un proyecto de declaración mucho más avanzado que en la anterior conferencia, celebrada en Seattle en 1999, las negociaciones fueron difíciles. Las peticiones no atendidas de los países menos avanzados, con India a la cabeza, exigiendo la apertura de los mercados de los países industrializados a sus productos textiles y la reticencia de la UE a poner fin a los subsidios agrícolas hicieron tambalear el acuerdo.
Sin embargo, la desaceleración económica, agravada por el 11-S, y el llamamiento a la globalización que se hacía desde EE UU acabaron por imponerse.
Meses después se comprobaría que el 11-S ha tenido efectos contrapuestos. Si por un lado desencadenó el compromiso de los países a reducir sus trabas arancelarias para impulsar el comercio, por otro reforzó el proteccionismo. EE UU es el mejor ejemplo de ello. Su presidente, George Bush, se erigió como uno de los mayores abanderados del libre comercio, pero aplicó lo contrario. En marzo impuso aranceles de hasta un 30% al acero y dos meses más tarde elevó las ayudas concedidas a los agricultores hasta un 70%.
La respuesta internacional, liderada por la UE, no se ha hecho esperar y el resultado es un enfrentamiento que hace temer lo contrario a lo acordado en la cita de Doha, es decir, eliminar trabas al comercio y ofrecer nuevas oportunidades a los países en desarrollo.