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El paladar

Tejido económico de lana

La oveja merina protagonizó la economía española entre los siglos XVI y XVIII

Hubo un tiempo en España en que los derechos más elementales de todos los agricultores e incluso los de los terratenientes eran rigurosamente sacrificados por el afán de garantizar una solaz existencia a la oveja de raza merina. La creencia de que la finura de sus lanas requería un cambio de pastos de verano a invierno tejió una red de cañadas, cordeles y veredas por todo el país, aunque sobre todo por Castilla, que no reparó en surcar cuantas propiedades convenía a los agraciados pastores: por una vez, protagonistas de la historia. Además, los derechos adquiridos fueron creciendo hasta permitirse, según dictaban las leyes, a los ganaderos tomar cuantos alimentos, leña u otros materiales precisasen en el discurrir de la trashumancia sin mediar autorización de los propietarios.

Probablemente, la ocasión lo merecía: la lana procedente de la oveja merina era la máxima garantía del producto interior bruto español entre los siglos XVI y XVIII, 'el primero y más importante producto de la industria española', relata en 1869 el cronista Cos Gayon; 'diosa de las mercancías', la llamó el historiador Ramón Carande. Burgos se convirtió entonces en el principal centro lanero de toda España, pues gestionó las compras de lana en toda la península, coordinó las exportaciones e instaló en sus dominios una potente industria de lavaderos que enriqueció como nunca a toda la ciudad ('casi todos los mercaderes del Arlanzón, por no decir todos, entendían en el negocio de sacas de lana', sostiene Manuel Basas). Los telares de Flandes se nutrían fundamentalmente de las lanas de Castilla, pero a lo largo de los siglos posteriores Burgos fue ampliando su cartera de clientes hasta hacerse también con los mercados francés e italiano. El lustre económico lanero no soló enriqueció a pastores y mercaderes, también los puertos marítimos que daban salida a los barcos cargados con sacas de lana ('y así la lana se hacía a la mar, donde corría un risgo tanto de tormentas como de corsarios y piratas', cuentan las crónicas de la época) y sus ciudades experimentaron las ventajas del rico comercio. Los puertos cántabros fueron en principio los elegidos para la exportación (Santander, Laredo, San Vicente de la Barquera, Castro Urdiales, Bilbao...), pero después otros muchos fueron agraciados, por ejemplo, los de Sevilla, Alicante y Cartagena. Tejió así la industria lanera una trama económica de la que se enriqueció prácticamente España entera (hasta 5.000 toneladas anuales se llegaron a exportar) y todo ello fundamentado en la triste figura de la oveja merina. Su importancia la ilustra la siguiente anécdota: en 1513 tenía el Consulado de Burgos fletadas tres gruesas naos para ir a Florencia cuando el obispo de Oviedo se las tomó para cargar trigo para el rey dando a los mercaderes 98.000 maravedís. Por intervención del Consulado el rey ordenó que se retornara la carga y se continuara viaje hasta Flandes con la lana.

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