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Tribuna
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Desarrollo sostenible y utopía necesaria

La humanidad es más consciente cada día de los límites del planeta, de la contradicción entre los límites -la finitud- del ecosistema y el crecimiento económico, entre recursos y población, entre equilibrio ecológico y bienestar material.

Para apoyar esta afirmación partimos de dos hechos incontrovertibles: el primero es que, por más que todavía hoy los expertos no se hayan puesto de acuerdo en cuáles son las reservas del planeta en cuanto a recursos (minerales, energéticos, alimenticios...), es evidente que estos límites existen, insistimos, sean éstos cuales fueren.

El segundo hecho es que la capacidad del medio ambiente para regenerarse y asimilar los impactos crecientes que desde la sociedad le infligimos (más como consecuencia del modelo de bienestar y desarrollo económico que del crecimiento demográfico) es cada vez más limitada y que por tanto nuestro margen de maniobra es cada vez menor.

El tercer hecho incuestionable es que el sistema económico y social depende -y forma parte- del sistema global: éste es la fuente de todos los recursos materiales y el destino de todos los desechos.

Economía y medio ambiente no son dos realidades distintas sino dos caras de una misma realidad: la apropiación de la biomasa, el calentamiento del planeta, la rotura de la capa de ozono, la degradación del suelo, la pérdida constante de biodiversidad… son la mejor prueba de este equilibrio inestable -progresivamente inestable- entre desarrollo económico y ecosistema global, entre biosfera y tecnosfera, entre sociedad y medio ambiente.

Hasta la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992, los diferentes países no parecían ponerse de acuerdo en los foros internacionales a la hora de las responsabilidades.

De una forma muy simplificadora podríamos resumir las posiciones de unos y otros señalando que para los países del norte, con EE UU a la cabeza -y en una actitud que recuerda la fábula del lobo y del cordero de Lafontaine-, la responsabilidad mayor la tienen las naciones menos desarrolladas, y ésta deriva de su alto crecimiento demográfico, constatando cómo, en efecto, de los 3.000 millones de habitantes adicionales, con que el planeta cuenta entre 1960 y la actualidad, el 80% corresponde a los países del sur y tan sólo el 20 % restante a los países desarrollados. El problema del medio ambiente tenía para estos países un origen biológico: el crecimiento demográfico y la solución también ha de ser, por ende, biológica: la reducción del mismo, el crecimiento cero.

Para los países del sur el problema fundamental radicaba en el tipo de forma de desarrollo y el modelo de bienestar de los países del norte, traducido en un consumo creciente de recursos (minerales, energéticos, alimenticios…) y una capacidad de agresión al ecosistema progresiva.

La estadística confirma, también, esta afirmación. En efecto, a partir de datos del Banco Mundial, podemos calcular sencillos índices que nos permiten constatar cómo, si se considera la energía per cápita utilizada, un estadounidense presenta un nivel de consumo dos veces mayor que el de un español, 10 veces mayor que un chino, 30 veces mayor que un indio, 80 veces mayor que el de un keniata y 110 veces el de un habitante de Bangladesh.

La Conferencia de la Tierra de Río, en 1992, supuso el final de un enfrentamiento entre el norte y el sur en relación con población, desarrollo y medio ambiente. En la citada conferencia, y a partir del llamado Informe Bruntland, surge el concepto de desarrollo sostenible, con la pretensión de hacer compatible protección ambiental y desarrollo, aceptando el principio de que el modelo de crecimiento ilimitado, en especial en la utilización de recursos naturales, no puede mantenerse sin cambios porque conduciría al agotamiento de bienes raíces y comprometería las posibilidades de las generaciones futuras.

Cuál es el balance que podemos hacer 10 años después de la esperanzadora Cumbre de Río? æpermil;ste no puede, desgraciadamente, ser positivo. Los problemas ambientales del mundo, lejos de haberse resuelto, se han agravado. La falla económica entre los países del norte y del sur se ha hecho mayor, la ayuda oficial al desarrollo (que puede cifrarse actualmente en unos 3.000 millones de dólares) se ha reducido un 40% y está, según expertos de Fundación Entorno, muy lejos de los 100.000 millones de dólares del objetivo óptimo. La pobreza -tan íntimamente ligada al medio ambiente- aumenta en el mundo, tanto en los países del sur como en las crecientes bolsas sociales de marginación en los el norte.

La otra falla, la tecnológica, relacionada con el uso de las nuevas tecnologías de la información, tan importante para el desarrollo futuro de los países pobres, se ha agrandado aun en mayor medida.

De otra parte, el consumo de energía ha experimentado un crecimiento significativo y, entre tanto, EE UU, el país que más contribuye en términos absolutos y relativos a la contaminación del planeta, no ha ratificado el tímido Protocolo de Kioto. El consumo de agua ha crecido un 3%, un ritmo al que la naturaleza no puede responder; entre tanto, el 20% de la población mundial no tiene acceso a fuentes de agua potable, el 50% no cuenta con instalaciones de saneamiento adecuadas y prosigue la contaminación de los ríos, lagos y aguas subterráneas.

Finalmente, se hace necesario señalar que se pierden entre cinco millones y seis millones de hectáreas de suelo cada año y casi 100 millones de hectáreas de bosques, el 44% de los stocks de pesca están totalmente explotados y se mantiene la exposición por sustancias peligrosas en el medio ambiente, especialmente en el Tercer Mundo.

En Johanesburgo se perfilan tres grupos de países o de alianzas. De una parte, EE UU, Canadá, Rusia y, en menor medida, los antiguos países del este de Europa; de otra, la UE; finalmente, de otra, el G77 (los menos desarrollados) y China. Cada uno de estos grupos probablemente defienda una postura distinta. Sin duda, el grupo de países más comprometido con el objetivo de la sostenibilidad será la UE; el menos, EE UU y sus aliados; el G77 y China abogarán por unos mayores niveles de desarrollo económico y de bienestar.

Tomaremos nota de los resultados de esta importante cumbre. Entre tanto, constatamos que el desarrollo sostenible, defendido en Río como la única alternativa posible para preservar el planeta y sus recursos para las generaciones futuras, se ha mostrado como una contradictio in terminis. Sigue siendo, sin embargo, un objetivo irrenunciable, una utopía necesaria.

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