Telefónica hace los deberes
Se puede decir que Telefónica es una veleta. Si el viento sopla a favor del riesgo, de la aventura en busca de lejanos tesoros, allí va la operadora. No importaba el precio, había que estar en la nueva economía, en la tercera generación de móviles y en lo que hiciera falta. Allí estaba la empresa española. Se fue Villalonga, que pagó 4.200 millones por la productora de Gran Hermano, y vino Alierta, que arregló con pagos de 4.800 millones las cuentas públicas de media UE.
Ahora el viento es contrario. El mercado ha pasado de creerse casi cualquier cosa (y pagar por ello) a no creerse ni las cuentas de las empresas. Y Alierta ha optado por la solución más drástica. Sanear inversiones a todas luces fallidas, volver al dividendo y tomar un enfoque pragmático. Sí, es como una veleta. Ha hecho lo que el mercado pedía en cada momento. Podría preguntar uno si eso es bueno o es malo.
Ahora es bueno. Pero en su momento fue malo, porque por el camino se han quedado varios miles de millones en ahorros de los accionistas. Equivocarse es parte del trabajo de un gestor, y todos cayeron en la red de la tercera generación. Pero, incluso en aquella época, se vio que Telefónica había arriesgado demasiado al invertir en Alemania. Ahora ha arreglado el entuerto. Habría sido mejor hacerlo un año antes, pero al menos lo ha hecho.
La obsesión por la creación de valor provocó disfunciones y algún disparate. Hizo que las inversiones se tomasen no según el rendimiento esperado, sino por motivos bien distintos y, a veces, contradictorios. Rectificar es de sabios, y es lo que ha hecho Telefónica.
Borrón y cuenta nueva. Ahora toca mantener este enfoque pragmático. La empresa es una teleco dominante en España y América Latina con una filial de móviles muy fuerte y una empresa de Internet a la que se le ha pasado el arroz. No es poco.