Rivalidades letales
Para el americano medio espiar está muy bien... siempre que sea fuera de las fronteras de EE UU. Contrariamente a lo que muchos creen en Europa, las actividades de la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, están circunscritas por ley al exterior y sus agentes no pueden realizar ni siquiera detenciones en territorio estadounidense. Si sospechan de actividades contrarias a la seguridad nacional, tienen que comunicárselo al FBI o a las policías locales para que sus agentes decidan, tras la investigación oportuna, si se pasa el caso al fiscal para iniciar el proceso judicial. Ha sido así desde la creación de la CIA, tras la segunda guerra mundial, como consecuencia de la guerra fría y ante la absoluta falta de servicios de espionaje en EE UU para contrarrestar la eficacia del KGB y de otros servicios de inteligencia.
Sólo la firmeza y la decisión del presidente Harry Truman pudieron vencer las reticencias del Congreso a la creación de un servicio de inteligencia limitado al espionaje de los entonces enemigos de Washington. El único antecedente de la CIA es la Office of Strategic Services (OSS), establecida en 1942, en plena guerra, para conseguir información de la Alemania nazi y de la Italia fascista y apoyar acciones de sabotaje en territorio enemigo. Tal era la desconfianza de los legisladores a autorizar la realización de actividades de espionaje que la OSS tuvo que fijar su sede en ¡Ginebra!. El todopoderoso director del FBI, J. Edgar Hoover, se opuso en 1946 a la creación de una agencia de seguridad nacional alegando que equivaldría a legalizar 'una Gestapo estadounidense'.
Todo esto viene a cuento de la polvareda levantada a propósito de los fallos de seguridad en relación a los atentados del 11-S. La CIA conocía la existencia de dos de los implicados en el atentado contra el Pentágono. Los seguía desde Malaisia y conoció su llegada a California en la primavera de 2000. ¿Por qué no lo comunicó, como era su deber, al FBI, encargado de las tareas de seguridad en el territorio nacional? Sencillamente, y eso es lo trágico, por la rivalidad entre las dos agencias federales, reflejada en muchas películas y muy común también en muchos países occidentales (quizás los lectores recuerden el caso de la detención apresurada por parte de la Guardia Civil de un comando de ETA en Madrid que era seguido desde hacía meses por la Policía Nacional y que estuvo a punto arruinar la operación). ¿Por qué la cúpula del FBI no prestó atención y archivó los informes que alertaban sobre las actividades de varios árabes en escuelas de aviación privadas? Porque los miembros del FBI tienen mentalidad de policías y no de espías. La CIA hubiera sospechado inmediatamente de unos árabes que aprendían vuelo y hubiera iniciado una investigación secreta. El FBI, aún si hubiera creído los informes, hubiera actuado con mentalidad legalista y con el temor de que cualquier investigación pública les pudiera acarrear acusaciones de racismo y discriminación contra los árabes. La gran pregunta de los estadounidenses es si una mayor coordinación entre las dos agencias hubiera evitado la catástrofe. Eso es justo lo que tratará de averiguar una comisión bipartidista y bicameral del Congreso. Entre tanto, la Casa Blanca ha ordenado al Departamento de Justicia, del que depende el FBI, que proceda a la mayor reorganización de los feds desde su creación. Como dice The Economist, a partir de ahora 'el objetivo del FBI será Bin Laden, y no Bonnie y Clyde'.