La huelga de la incomunicación
Lo que distingue a un empresario de un político es que el primero trata de realizar su propio sueño poniendo en ello su vida y patrimonio, mientras que el segundo trata de interpretar las ilusiones de los demás, pero arriesgando el patrimonio de todos nosotros.
Imagino que las diferencias son más que notorias y permiten situar esta presunta huelga general del 20 de junio en su contexto, sin dejar de tener en cuenta a los dos grandes protagonistas del conflicto, sindicatos y gobernantes, añadiendo los queridos congresistas cuya función debería ser legislar adecuadamente y cuando toca.
Como empresaria me siento decepcionada, igual que estarán los millones de empresarios y trabajadores que van a sufrir consecuencias directas de un conflicto que no hemos originado, que huele más a pretexto que a motivo, pero que acabaremos pagando por la falta de entendimiento político, lo mismo que cuando una pareja se pelea y acaban sufriendo los hijos.
La huelga es un producto de las sociedades industriales y su contenido ha ido pasando de las reivindicaciones elementales del siglo XVIII, hasta los planteamientos más políticos de la etapa de Gobierno socialista y como el caso que nos ocupa.
Lo más absurdo del conflicto es que ambas partes están de acuerdo en el fondo del tema, pero no saben resolverlo, pues el denominado seguro de desempleo se concibió al albor de circunstancias sociales y laborales que han cambiado los últimos 20 años. Sabemos que las cifras del paro son tan engañosas como el destino de gran parte de las prestaciones y que conceptos como desocupado o desempleado no equivalen al de demandante de trabajo.
Hay que reformar los inmensos flecos que penden de la ley laboral para adaptarlos a las demandas de un nuevo mercado global más competitivo, flexible, muy tecnificado y que reclama actores mejor preparados, con mayor polivalencia, más comprometidos y con ganas de moverse incluso geográficamente, y este cambio afecta a empresarios y a trabajadores. Pero es una lástima que no pueda construirse una norma legal que recoja las auténticas aspiraciones de ambas partes, recurriendo a lo que se supone que deberíamos hacer mejor los seres humanos, o sea, comunicar, dialogar para entendernos.
Procedo de un sector que mantiene una lucha por su reconocimiento desde su alumbramiento en España, hace unos 25 años, el trabajo temporal, a pesar del amplio reconocimiento de los países más industrializados del mundo cuya utilización, según expertos como Handly, Müller o el propio Peter Drucker, ha significado en muchos casos una clave para conquistar retos empresariales en mercados emergentes o crear nuevas expectativas en congruencia con el avance tecnológico, basándose en mejor racionalización de los costos de producción estructurales.
No obstante, aquí no hemos sido capaces de trascender a la opinión pública las grandes ventajas que representan para usuarios y trabajadores complementar las plantillas con trabajadores competentes en circunstancias coyunturales y al tiempo conseguir experiencia, reincorporarse al mundo laboral o simplemente trabajar a medida percibiendo un salario igual al de la categoría profesional.
Y seguimos aún convenciendo a los demás sobre la bondad de esta forma alternativa de trabajo porque a menudo no basta con hacer las cosas bien, ni siquiera es suficiente tener buenas leyes, hay que hacer un esfuerzo de análisis entre las opiniones divergentes e intentar renunciar a lo perfecto para salvar lo bueno, comprometiéndose a una mejora continua y eso no es otra cosa que un problema de comunicación.
Sin querer profundizar en la justificación de esta huelga, ya que no me corresponde más que destacar el derecho legítimo de los trabajadores a realizarla, mi reflexión va dirigida a las partes enfrentadas, pero sin perder de vista que la mayoría de personas que conforman el mundo laboral, y me refiero a los trabajadores empleados y los empresarios, repudian el mal uso y abuso que en ocasiones se da a sus contribuciones sociales y creen que la reforma es necesaria.
A nadie se le escapa que los agravios comparativos siempre duelen, porque a ningún trabajador le gusta que una parte de su salario sirva para llenar la nevera de alguien que sin justificaciones se niega a trabajar, la cuota de solidaridad que cada uno tiene y merece no justifica la ausencia de actitud.
Supongo que la oportunidad de la fecha responde a la notoriedad pública que se pretende. En otro caso no tendría sentido y el mensaje es manifiestamente político, incluso suena a reprimenda hacia un Gobierno que en opinión de mucha gente, no lo hace todo bien, pero lo cierto es que la consecuencia es económica, y acabarán pagando los ciudadanos.
Si la guerra es el fracaso de la diplomacia, no hay duda de que la huelga política es el fracaso del entendimiento, y eso es lo más preocupante en la era de Internet, cuando parece que las líneas de comunicaciones son universales, resulta que cada vez estamos más lejos unos de otros.
Espero y deseo que, a pesar de la convocatoria de la huelga y del Real-Decreto del 25 de mayo, puedan negociarse soluciones en la aplicación de este decreto, que demuestren que realmente estamos comprometidos todos en un proyecto común que debe llevarnos a trabajar juntos aportando algunos valores a fin de dejar a nuestros hijos un mundo menos crispado y, si es posible, algo mejor.