Ladrillos y lingotes
En las conversaciones de café sobre temas financieros no es raro escuchar este exabrupto: '¡Yo sólo invierto en ladrillos!'. La experiencia de los dos últimos años va a convertir esta frase en algo mucho más habitual. Quienes la utilizan, expresan así de forma concentrada al menos cuatro hechos diferentes: la renuncia, fácilmente explicable, a comprender las complejidades de los mercados financieros; el escepticismo ante las previsiones de los analistas que, en muchas ocasiones, parecen meros brindis al sol; la demanda social, fuertemente arraigada en España, de tener una vivienda en propiedad, y la sabiduría convencional de que el sector inmobiliario nunca decepciona.
Durante la actual etapa, en la que los precios de las acciones que cotizan en Bolsa han sufrido un tremendo varapalo, esta creencia se ha visto extraordinariamente reforzada. Porque, al contrario de lo que sucedió en la anterior crisis económica, es decir, en la recesión que afectó a los EE UU entre julio de 1990 y marzo de 1991, y a Europa un par de años más tarde, los precios del sector inmobiliario parecen no haberse inmutado esta vez. De hecho, existe el convencimiento de que si EE UU no ha caído en una recesión grave, todo se ha debido a la magia del sector inmobiliario, que ha conseguido mantener sus precios gracias a las drásticas reducciones de tipos de interés. Y como un porcentaje elevadísimo del patrimonio de las familias americanas está constituido por la vivienda en propiedad, eso ha permitido que el estado de ánimo de los consumidores no haya experimentado un fuerte decaimiento, lo que ha propiciado el mantenimiento de su nivel de consumo (el semanario The Economist reflejaba este hecho recientemente en su portada con este titular: Las casas que salvaron al mundo).
Se han olvidado, pues, las fortísimas reducciones de precios que afectaron al sector inmobiliario en España a principios de los noventa, que alcanzaron niveles del 50% para la segunda residencia en la costa, y que dejaron por los suelos el subsector de oficinas y locales comerciales, tanto en la costa como en el interior. En Reino Unido, las cosas llegaron a tal extremo que, con el impresionismo propio de las situaciones difíciles, los analistas del sector auguraban que ¡antes de 25 años no se recuperarían los precios!
La otra gran tentación inversora del momento es la del oro, que en la semana pasada volvió a alcanzar niveles de 309 dólares por onza, muy próximo, por tanto, a sus máximos de los dos últimos años. La fuerte demanda de oro proviene del rureste asiático y, más recientemente, de Japón donde, en plena crisis del sistema bancario, el Gobierno ha decidido eliminar la garantía de los depósitos, lo que ha decidido a numerosos japoneses a recurrir a la reliquia bárbara para tratar de proteger su riqueza.
De ahí que estemos en una situación algo chocante. Mientras la inflación parece todavía una amenaza lejana, la tendencia a refugiarse en activos que protegen contra la inflación se acentúa. De la lejanía de la inflación dan buena cuenta los bonos del Tesoro de EE UU que, durante el mes de abril, han tenido un descenso en su rendimiento que oscila entre 20 y 40 puntos básicos según los plazos (paradójicamente, cuando se acaba de conocer que en el primer trimestre la economía USA había crecido un 5,8%). Ello ha provocado el que los fondos españoles que invierten en renta fija a largo plazo, que llevaban unos meses bastante decaídos, hayan cerrado el mes de abril con una rentabilidad promedio de 0,53%.