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La opinión del experto
Tribuna
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Movilidad empresarial

Antonio Cancelo analiza las ventajas y desventajas de los cambios de emplazamiento de las empresas, que cada vez, y debido a los movimientos del mercado, son más habituales

La reacción de una comunidad en la defensa del estatus alcanzado es un claro signo de vitalidad, acompañado a la vez por rasgos de solidaridad que generalmente escasean en los tiempos que corren, identificándose en el mismo empeño los unos y los otros, independientemente del grado de afectación directa en el que se hallan implicados. Despierta este tipo de reacciones comprensión y acercamiento y son pocas las personas, hablando ya de núcleos alejados, que no manifiesten su simpatía por los afectados y su condena, más o menos rotunda, por los causantes de los males que pueden ocasionarse.

Tuve la suerte de visitar la comarca de Aguilar de Campoo hace unos meses, acompañado del nativo Peridis, guía excepcional y excelente persona, pudiendo comprobar no sólo el aroma galletero, signo de identidad de la población del que todo el mundo habla, sino algo más imperceptible, que ahora pienso que quizá fuera fruto de la clarividente intuición relativa al riesgo de cualquier territorio excesivamente ligado a una actividad o a una empresa.

Me encontré con una serie de personas jóvenes, ilusionadas, que habían diversificado el monocultivo basados en otra impresionante riqueza de la comarca, su extraordinaria muestra de arte románico. Reconstrucción de monumentos, fabricación de maquetas, elaboración de una enciclopedia del Románico, posadas, etc., habían dado lugar al nacimiento de nuevas empresas que constituyen toda una promesa de futuro.

Estas actividades reúnen una propiedad deseable pero imposible en la mayoría de las empresas, su inevitable ligazón al entorno, es decir, están allí y no pueden estar en ningún otro sitio, mientras las galletas se pueden fabricar en cualquier parte. En este caso la riqueza creada y el empleo producido están indisolublemente ligados al territorio, más allá de la voluntad de sus propietarios, característica que no resulta aplicable a otro tipo de empresas.

Por el contrario, vivimos en una sociedad móvil, donde todo o casi todo se desplaza, circunstancia que no cuesta interiorizar cuando de ella se derivan resultados que consideramos buenos, viajes, vacaciones, amplitud de espacios, sensación de libertad, etc., pero ante la que nos rebelamos si la evaluación de sus efectos resulta negativa. Pero más allá de nuestros deseos, y hasta de nuestra valoración ética, la movilidad existe y bueno sería que la reflexión se generalizara a fin de ajustar nuestro comportamiento a algo con lo que tenemos que vivir.

La empresa está afectada por esa movilidad, su vinculación al terreno tenderá a ser circunstancial y sólo podrá decirse que tal empresa está en tal territorio, pero en ningún caso que es de ese territorio. Disfrutamos del beneficio de la movilidad empresarial cuando nuestro país es el receptor de las inversiones, pero del mismo modo, porque se aplica la misma lógica, deberíamos tener la capacidad de entender que quien viene puede marcharse, y además lo hará si en otro lugar encuentra condiciones que le resulten más favorables.

Cuando una empresa se desplaza se produce un doble efecto que no puede desconocerse, a la pérdida por el lugar del que se aleja hay que contraponerle la ganancia del nuevo espacio en que se instala. Fenómeno eminentemente complejo, porque une lágrimas y contento, separados quizá por muchos kilómetros de distancia y hasta por rasgos étnicos diferenciados.

Hasta no hace mucho la identificación de la propiedad y de la dirección con personas concretas, conocidas, casi siempre de la misma población en la que estaba instalada la empresa, hacían del arraigo una realidad incuestionable.

Hoy, la movilidad del dinero provoca el anonimato y tras unas siglas se ocultan seres desconocidos para quienes el territorio no es más que una referencia. Esta circunstancia tiene tendencia a generalizarse, ya que incluso la empresa familiar de éxito nacida en los años sesenta está cambiando de manos.

El empresario que la hizo nacer y la ha pilotado durante 40 años quiere legítimamente el relevo y sus hijos no tienen intención, cargados de títulos y recursos, de continuar la tarea de su padre. En la búsqueda de la continuidad del negocio les resultará casi imposible encontrar compradores de características similares a las suyas, ni siquiera otros grupos nacionales, por lo que la alternativa más probable será la de vender la empresa a un gran grupo internacional. El potencial de movilidad se habrá acrecentado.

Asumir culturalmente la movilidad supone aceptar que a la par con los desplazamientos empresariales caminan las personas y, en este caso, favorecido aún más por la apertura de los mercados, el lugar del nacimiento no tiene por qué ser el lugar en el que transcurran nuestras vidas. Nuestra sociedad tiene aún una enorme carga de sedentarismo que debería moderarse, pasando por sucesivos desplazamientos, sin que ello supusiera ningún tipo de trauma.

Aplaudo sin matices el empeño de Aguilar de Campoo, pero todos los demás, y ellos también, convendría que reflexionásemos sobre los cambios que nos afectan porque algunas cosas se han modificado y reclaman nuevos comportamientos.

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