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Tribuna
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La dualización virtual

Cuando estas líneas se publiquen ya se habrá inaugurado en Sevilla la Reunión Ministerial Unión Europea-América Latina y Caribe sobre la Sociedad de la Información. En la que se volverá a hablar, dentro del ritual de estos encuentros, de estrategias y convergencias tecnológicas y de las oportunidades que para la competitividad empresarial y la calidad de vida ciudadana llegarán de la mano de redes, servicios y contenidos. Amén de la enésima suscripción de acuerdos de cooperación e intercambio de experiencias y tecnologías.

Todo lo cual, si se viese sólo de manera comparativa con encuentros similares, llevaría a dudar de si se está avanzando o se sigue en el mismo sitio que cuando el renombrado comisario Bangemann, al que algunos rebautizaron como 'el Ronaldo de las telecomunicaciones', prometía en un informe de autoría colectiva teleaplicaciones para cualquier orden de la vida. Ya fuese el de los transportes ciudadanos, las bibliotecas públicas, la licitación electrónica o la mejora y el abaratamiento que traería la administración electrónica.

Sin embargo, en los años que median, aunque se siguen manejando tópicos parecidos y todavía no se sepa cuál sería la fórmula mágica para que la sociedad reticular esté al alcance de todos, ni se tenga claro quién debiera liderar sus proyectos y qué fórmulas de financiación habrían de adoptarse, se ha visto crecer el fenómeno Internet y se han inflado y visto explotar las burbujas.com. Al tiempo que se ha asimilado el término globalización para explicar la impotencia que se siente cuando se intenta diseñar políticas y planes con algún viso de viabilidad.

Y se ha constatado que para el desarrollo de los nuevos horizontes digitales no basta con apelar a la dinámica de los mercados, ni las Administraciones pueden hacer de don Tancredo aduciendo que a ellas las puso Dios en este mundo sólo para regular las idas y venidas de aquéllos.

En medio quedan también ejercicios intelectuales tan brillantes como llenos de buenos propósitos, como han sido los e- Europa y todos los Info XXI que cualquier Gobierno que se precie ha formulado en estos años.

Queda igualmente que las tecnologías han abierto más posibilidades que las que la demanda está en disposición de requerir para financiar la generalización de su despliegue. Y se ha comprobado que las aplicaciones empresariales permiten una accesibilidad a los clientes y de éstos a los productos y servicios que era insospechada hace un lustro. Lo que obliga a repensar estilos directivos, procedimientos organizativos y prácticas comerciales. Sin que para ello sea preciso leer el Evolve!, de Rosabeth Moss Kanter, pero sí ingeniárselas para aprovechar las oportunidades que para cada negocio ofrecen las nuevas herramientas con que se teje competitivamente sobre la nueva urdimbre digital.

Queda también la duda de si lo de la globalización va más allá de lo que se vive en los países punteros de la OCDE. O si se puede acceder a ella contando sólo con unas infraestructuras digitales pero por las que no fluyen las aplicaciones de las primeras experiencias del e-Gobierno o las múltiples y ventajosas realidades de las aplicaciones financieras, mercantiles e institucionales que se conocen en el Primer Mundo. En el que se hacen realidad cada día las potencialidades de las empresas virtuales, de la externalización y cooperación de procesos, de la mejora de los procedimientos internos de corporaciones y oficinas públicas.

Lo cual abarata costes y multiplica eficiencias, por más que todavía existan diferencias entre lo que se ofrece a los clientes de las organizaciones con fines de lucro y lo que está al alcance de los ciudadanos como tales. Que siguen sin saber dónde están las nuevas ventanillas únicas digitales, o hasta cuándo tendrán que esperar para no repetir la entrega de sus datos cada vez que se acercan a las ventanillas de siempre.

De ahí que estos encuentros, u otros paralelos de corte empresarial o social que debieran articularse, tendrían que proponerse recordar que para que la sociedad digital sea una realidad hay que desarrollar servicios y aplicaciones que den sentido a las infraestructuras digitales. Y que tienen que ser las Administraciones públicas y las principales empresas de cada tejido socioeconómico las que tendrán que implantar las nuevas soluciones y maneras, si es que se quiere evitar esa dualización virtual de un mundo interconectado pero en el que en muchas de sus geografías no tiene sentido hablar de firmas digitales, ni de bancas virtuales. Por más que las caceroladas se puedan convocar por Internet.

No es tiempo, por tanto, de fiarlo todo al despliegue genérico de servicios que definen estos tiempos. Y sí para otras cooperaciones que permitan sortear los riesgos de la dualización virtual aludidos.

Aunque para ello haya que contribuir a modernizar, e incluso crear, las Administraciones y los tejidos mercantiles en los que implantar esas aplicaciones desde las que se ve más de cerca cuáles son los horizontes de la sociedad del conocimiento.

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