Euros a cuatro pesetas
Cualquier inversión segura cuya rentabilidad supere el nivel de los tipos de interés en el interbancario tiene truco. Santiago Satrústegui recuerda que no existen euros a cuatro pesetas
Mientras los mercados siguen sin encontrar su rumbo, la película de más éxito del año se basa en la vida de un matemático que ganó el premio Nobel de Economía (premio que, por lo visto, no existe) negando los postulados de Adam Smith sobre la eficiencia de la libre competencia. John Nash, junto con otros, desarrolló la teoría de los juegos hace 50 años. Lo que hizo fue algo así como buscar fórmulas matemáticas para optimizar nuestra forma de jugar a los chinos o a piedra, papel o tijera y luego tratar de aplicar estas mismas fórmulas a los procesos de toma de decisión de la vida real.
El propietario de la mente maravillosa pudo demostrar matemáticamente que la carrera de armamento y la guerra fría servían para alcanzar una situación de equilibrio que favorecía la paz, por ser la alternativa mejor para los dos contendientes, pero fue precisamente su obsesión por desenmascarar supuestas conspiraciones contra ese equilibrio lo que, según el guionista, le llevó a la locura durante unos años. Sus convicciones matemáticas fueron más débiles que su desconfianza sobre la condición humana.
¿Tienen sus teorías otras aplicaciones prácticas?
Estudiando los procesos de decisión personales, cuando éstos están relacionados entre sí, se llega a conclusiones bastante reveladoras sobre el porqué de algunos resultados que a priori parecían imposibles.
Un grupo de jugadores que poniéndose de acuerdo, los unos con los otros, podría llegar a alcanzar objetivos mejores para todos en general y para cada uno de ellos en particular, se condenan a logros muy inferiores cuando existe la posibilidad de que alguno de ellos trate de maximizar su propio beneficio en perjuicio del resto. La falta de confianza es, por tanto, la causa principal de muchos fracasos inexplicables. A sensu contrario, aquellos participantes que sean capaces de tomar sus decisiones con la seguridad de que sus compañeros no les fallarán, podrán aumentar mucho su rendimiento personal y colectivo.
Otra película, John Q, pone de manifiesto el dilema de lo que deben hacer los sistemas de protección generales frente al interés particular. Si alguien pudiera disfrutar de los beneficios de la sanidad privada sin pagar por ello, ¿quién tendría interés en contratar un seguro? En la misma línea, será mucho más eficiente para cualquier persona disfrutar del estado de bienestar sin pagar impuestos o de una jubilación adecuada sin hacer el esfuerzo de invertir en ella. Pero ¿qué pasaría si todos pensaran lo mismo?
¿Habría trabajado la hormiga si hubiera tenido que compartir el fruto de su trabajo con la cigarra? Pero estando así las cosas, qué le interesa más, ¿compartir con la cigarra o contratar un guardia de seguridad?
Muchas de las cuestiones transcendentales a las que la humanidad se enfrentará en los próximos años, globalización incluida, tendrán que ver con la forma de resolver este tipo de situaciones, y la superación de los conflictos dependerá sobre todo de lograr relaciones basadas en la confianza.
Bajando a nuestro euro de cada día, los sistemas de protección de los inversores afrontan una problemática parecida, ya que obligan al conjunto de los inversores a pagar un sobrecoste por la falta de rigor que algunos de ellos asumen en la elección de su proveedor.
¿Estarían obligados a pagar un seguro adicional las compañías de automóviles si alguna de ellas ofreciera un coche que volara? ¿No será mejor invertir en formación de los inversores, en recursos para la supervisión de las entidades y en la transparencia del mercado?
Cualquier inversión segura cuya rentabilidad esté anunciada por encima del nivel de los tipos de interés en el mercado interbancario tiene truco o cosmética. Los productos subvencionados que publicitan altas rentabilidades alimentan una espiral de expectativas entre los inversores y crean un caldo de cultivo muy peligroso. ¿Por qué no informa la Administración semana a semana sobre cual es la rentabilidad real a la que puede aspirar un inversor sin asumir riesgos?
Habíamos aprendido que no existen duros a cuatro pesetas, pero con el cambio de moneda toleramos la oferta de euros por el mismo importe.