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Tribuna
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Las otras piezas del rompecabezas argentino

Pedro Reques Velasco analiza la relación entre población, territorio y recursos en Argentina. Sostiene que el país presenta una estructura demográfica estable, pero también fuertes desequilibrios territoriales.

Argentina es -y será durante bastante tiempo- objetivo prioritario de los medios de comunicación de masas del mundo entero -especialmente de España- como consecuencia de una crítica e intrincada situación, primero política, luego económica y, ahora, también social -exactamente por ese orden-, que corre le peligro de enquistarse y a la que, a corto y medio plazo, se le ve difícil salida.

El objetivo de este artículo no será ahondar en ninguno de los aspectos de la vida argentina señalados, sino apuntar una dimensión de la realidad de este país austral menos conocida, pero no por eso menos determinante, cual es la demográfica o, para ser más precisos, la geodemográfica.

La información estadística nos da pie para hacer una primera afirmación, cual es que desde la perspectiva demográfica, el modelo argentino constituye el sueño de cualquier político: crecimiento constante y sostenido, estructura demográfica por sexo y edad equilibrada (ver pirámide de población), en suma, ausencia de sobresaltos demográficos importantes en su futuro inmediato, excepción hecha del incremento absoluto y relativo del colectivo de personas de 65 y más años, esto es, de los potenciales jubilados y pensionistas (ver tabla), hecho que, dada la situación económica del país, supone un importante plus de preocupación para este frágil colectivo social.

Al contrario de lo que ocurre en otras áreas del mundo (unas como consecuencia de su exuberancia demográfica -Centroamérica y países andinos: Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, no así Chile-, otras como consecuencia de su envejecimiento galopante, caso de España o de Europa Occidental), la población argentina presenta unas estructuras demográficas estables y unos crecimientos poblacionales moderados.

A escala internacional, sin embargo, el problema viene determinado por los fuertes desequilibrios territoriales que presenta sea cual sea el indicador que se analice: la fecundidad es muy alta (por encima de tres hijos por mujer) en las provincias periféricas tanto del norte (Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Chaco, Corrientes, Catamarca, La Rioja…) como del sur (Neuquén, Santa Cruz, Tierra del Fuego…), por el contrario, en el Distrito Federal y en el Gran Buenos Aires, este indicador presenta valores sensiblemente por debajo de la media nacional y próximos a los de los países europeos. Igual consideración hay que hacer con el crecimiento demográfico: crecen más las provincias más pobres y parecen retener su crecimiento las provincias más ricas y urbanizadas.

En relación a la densidad de población las diferencias son altísimas, y alcanzan valores extremos a escala mundial: los umbrales van desde los más de 13.600 habitantes por kilómetro cuadrado en la Capital Federal, o los 44 del Gran Buenos Aires, hasta los 0,8 habitantes por kilómetro cuadrado de la provincia de santa Cruz, los 2,1 de la Pampa, los 3,2 de La Rioja y de Catamarca o los 2,7 de Río Negro. Congestión urbana e hiperurbanización galopante coexiste con densidades más propias de desiertos naturales que de espacios explotables y humanizables, cual es el caso de extensísima áreas del país.

Por otra parte, el país presenta unas tasas de urbanización muy altas: casi el 90 % reside en núcleos de población de más de 2.000 habitantes (ya a principios de siglo XX el 50% de sus entonces escasísimos tres millones de habitantes eran urbanos), pero también una ocupación del territorio nacional profundamente desigual y desequilibrada.

Unos pocos datos, tan conocidos como significativos, serán suficientes para demostrar esta contundente afirmación: 16.500.000 argentinos de los 36.000.000 censados en el país -esto es, 44 de cada 100- residen en el Gran Buenos Aires (Capital Federal: 3.000.000 habitantes; conurbano: 13.500.000). Las provincias de Córdoba y de Santa Fe cuentan cada una de ellas, con 3.000.000 habitantes más. Estos tres conglomerados territoriales suman por sí solos casi 24 millones de argentinos, dos terceras parte de todos los habitantes censados en el país.

Estos datos nos hablan de una sistema urbano profundamente desequilibrado: la macrocefalia bonaerense pesa negativamente sobre la sociedad y la economía argentinas, más aun después de ver fracasado su intento el presidente radical Raúl Alfonsín de trasladar la capital política de la República Federal a Viedma (Río Negro), con el objetivo, según sus palabras 'de poner fin a la era fluvial e iniciar la era oceánica', bella metáfora para referirse a lo nacional-regional y a lo internacional-global, al pasado y al futuro.

En realidad, esta solución -que intentaba ser semejante a la que puso en práctica Brasil en los años sesenta- pretendía dar respuesta a los problemas de congestión metropolitana del Gran Buenos Aires y a sus corolarios tanto sociales (degradación de la calidad de vida urbana, problemas de vivienda, de equipamientos, de servicios, costes sociales…) como sobre todo económicos (dar respuesta territorial a las llamadas deseconomías de escala). Esta alternativa, que se planteó, asimismo, con el objetivo de desplazar el centro de gravedad demográfico del país hacia el sur, que es donde se concentran los recursos (energéticos, minerales…), no pasó nunca del nivel de proyecto, más político que urbanístico.

Debemos deducir, pues, que el problema argentino no es tanto demográfico como geodemográfico, no es tanto de población como de poblamiento, no es tanto de desarrollo urbano como de sistema urbano, no es tanto de recursos como de acceso, explotación de esos recursos.

En efecto, desde el punto de vista de los recursos cabe hacer una segunda afirmación: el territorio argentino -constituye por si mismo un recurso, el país tiene una extensión de 2.700.000 kilómetros cuadrados, cinco veces más que la de España- es inmensamente rico en recursos, tanto minerales (plomo, zinc, estaño, cobre, hierro, uranio...) como energéticos (petróleo, gas natural, potencial hidroeléctrico andino...), además de alimentarios: agrarios (cereales...) y pecuarios (ganado bovino, ovino...), y más recientemente, turísticos, importante factor económico éste en el futuro. La relación población/recursos (explotándose y por explotar, explorados y por explorar), pues, es de las más favorables a escala internacional.

Así pues, para entender la situación que atraviesa el país apuntamos un factor más (a añadir al económico, al político y al social), cual es el geodemográfico, el cual nos permite analizar la relación población / territorio / recursos. Pues bien, este trípode, estos tres pilares, pueden ser, conocida su importancia estructural, los que sirvan para recomponer, a medio plazo, el rompecabezas argentino.

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