<i>El camino hacia la convergencia</i>
La capacidad de crecimiento diferencial de la economía española ha aumentado en los últimos trimestres, a pesar de que, como han afirmado los principales organismos financieros internacionales, las grandes áreas económicas del mundo están atravesando simultáneamente una de las peores crisis desde hace más de una década.
Además, dichas cifras muestran que España es capaz de generar empleo a un ritmo superior al previsto en la última actualización del Programa de Estabilidad.
Con un crecimiento del 2,6%, y tal como revela el INE, se observa que se ha producido una ralentización de la demanda interna que se ha puesto de manifiesto en el consumo privado y en la inversión en bienes de equipo. Este comportamiento, común en toda la UE, se deriva de la naturaleza extremadamente volátil del citado componente de la inversión y su fuerte ligazón con la evolución de las expectativas, profundamente afectadas por el entorno mundial.
Sin embargo, en contraste con lo que sucedía en anteriores fases de ralentización económica, el comercio exterior no está siendo el principal canal de transmisión del deterioro de la situación económica internacional. Sin poner en cuestión la relevancia de la evolución del comercio internacional, esta crisis está mostrando que el contagio se produce esencialmente a través de los mercados financieros, de la generación de expectativas y de la mayor interrelación económica derivada de la participación de empresas europeas en compañías situadas en Estados Unidos, y viceversa.
En todo caso, en este entorno de mayor interrelación económica y de elevada convergencia cíclica entre las principales áreas del mundo, España está siendo capaz de mantener un significativo diferencial de crecimiento y una notable generación de empleo. Respecto a las perspectivas a corto plazo para nuestra economía, los indicadores disponibles no apuntan hacia una ralentización intensa, sino más bien a una prolongación de la desaceleración, que tocaría fondo con toda probabilidad durante los primeros meses del próximo año. Sin lugar a dudas, el comportamiento de la economía española en un futuro depende de la evolución en EE UU y la UE.
No obstante, es preciso señalar que nuestro país se encuentra en unas excelentes condiciones para aprovechar con éxito los efectos de una mejora en el entorno internacional. Así, cabe recordar que en los últimos años España no ha acumulado desequilibrios macroeconómicos sustanciales, mantiene una notable disciplina fiscal y ha realizado grandes esfuerzos de flexibilización e incremento de eficiencia de su sistema productivo. A ello se unen unos tipos de interés reducidos, una situación financiera saneada y significativos niveles de rentabilidad empresarial. Estos factores son los que explican la reciente decisión de Moody's de otorgar la máxima calificación crediticia a los títulos de deuda española.
Desde el punto de vista de la política económica, es preciso ser consciente de que ante esta fase de ralentización no existen recetas mágicas. La capacidad de recuperación de una economía no dependerá tanto de las decisiones que puedan adoptarse a corto plazo, sino de las medidas que se hayan adoptado en el pasado con el fin de dotar al sistema productivo de una mayor flexibilidad. En un momento como el actual, es necesario mantener una política de estabilidad macroeconómica creíble y de reforma estructural.
En síntesis: España no es, en absoluto, ajena a la evolución del entorno internacional, por lo que se está viendo afectada por una crisis generalizada y simultánea. Sin embargo, incluso en este entorno desfavorable es capaz de mantener un notable diferencial de crecimiento, lo que, como la historia económica demuestra, es más difícil que crecer diferencialmente en épocas de bonanza. Esta capacidad es la clave para garantizar el proceso de convergencia real. En caso contrario, en las fases de ralentización perderíamos lo ganado durante años, lo que en el pasado ha alargado nuestro camino hacia la convergencia real plena.