<i>La demografía, mar de fondo de la economía</i>
Cada día que pasa se hace más evidente la relación entre la economía y la demografía, así como entre la economía y desarrollo cultural, entre la economía y la antropología, entre la economía y la educación; en suma, entre la economía y la sociedad.
Es precisamente en esta etapa de globalización/mun-dialización cuando las variables no económicas presentan más relevancia para entender e interpretar no sólo los cambios actuales en la economía de los países desarrollados, sino -lo que es más importante- para anteponerse a los futuros. A propósito de esta relación nos parece pertinente la imagen de la ola que rompe en la orilla de la playa y el mar de fondo que la genera.
Pues bien, los economistas quizás estén demasiado pendientes de la ola económica que rompe en Wall Street, de la coyuntura, del aquí y el ahora, y olvidan -o descuidan- el mar de fondo de las estructuras subyacentes de la economía.
En ese mar de fondo, junto a las variables econó-micas, se hace necesario contar con otro conjunto de variables e indicadores más determinantes, pero poco tenidos en cuenta por ser objeto de estudio de las otras ciencias sociales, como son los tipos de estructuras familiares, la dinámica demográfica, el desarrollo educativo y la cohesión social, entre otros.
Las estructuras familiares aparecen fuertemente contrastadas entre unos países y otros. Los niveles de individualismo -o de familismo- se presentan en el mundo desarrollado muy diferenciados.
El máximo nivel de individualismo -y, por ende, el mínimo nivel de familismo- lo presentan los países del ámbito cultural anglosajón, además de dos países europeos, Holanda y Dinamarca; en el polo opuesto, los máximos niveles de familismo -y por tanto los mínimos niveles de individualismo- los presentan naciones como Japón o Israel, los países mediterráneos y la provincia francófona canadiense de Quebec.
Esta desigual forma de organizarse los individuos, estas distintas estructuras familiares, tienen implicaciones directas en temas como la educación y su mayor o menor prolongación, la predisposición a la movilidad de las personas, la emancipación precoz o más tardía de los hijos, las herencias y la continuación de explotaciones o empresas familiares, el cuidado de los ancianos, el mayor o menor protagonismo del Estado en relación a potenciales problemas sociales (sobre todo de índole asistencial), en el mayor o menor grado de cohesión social, demostrando, como señala Enmanuel Todd, que "entre las leyes de la economía y los individuos hay estructuras superpuestas" que, en nuestra opinión, necesariamente deben de ser tenidas en cuenta.
Las tendencias demográficas, sus cambios y sus ciclos, son otra importante dimensión a abordar. En este apartado especial referencia ha de hacerse a indicadores como los siguientes:
La fecundidad, que nos antepone a la capacidad de reemplazo de las generaciones; el peso absoluto y relativo de las generaciones adultos-jóvenes, esencialmente a las cohortes 25-35 años, tan relacionadas con las formaciones de hogares y familias, con necesidad de vivienda, con la movilidad laboral y con la capacidad de renovación del mercado laboral; el peso de las cohortes de mujeres adultas, sus tasas de actividad por edades y esencialmente su grado de formación, que nos apuntan sus posibilidades de inserción en el mundo laboral y al incremento de la población activa, al constituir, al menos, en los países mediterráneos un importante ejército de reserva; la evolución de la población activa y su tasa; el peso, absoluto y relativo, de la generación de 55-65 años, próxima a la edad de jubilación; la tasa de envejecimiento -porcentaje población de 65 y más años- y, esencialmente, de sobreenvejecimiento -o peso relativo de la población de 80 y más años, población dependiente por excelencia, en relación a los de 65 años y más-, tan estrechamente relacionadas estas ultimas con un problema tan de actualidad como es el de las pensiones y el de la asistencia social.
El crecimiento sostenido de estos tres últimos grupos de edad podría desencadenar a medio plazo en los países europeos, y en mayor medida en aquellos que envejecemos más rápidamente, como es el caso de España, graves conflictos intergeneracionales.
Las estructuras y tipos de familias, las tendencias demográficas, el desarrollo educativo y cultural y el grado de cohesión social constituyen el mar de fondo de la economía.
El tercer tema tiene que ver con el grado de desarrollo educativo de las sociedades, medible a partir de múltiples indicadores, entre los que destacan la formación de base, el esfuerzo de los Gobiernos en educación respecto al producto interior bruto (PIB), el porcentaje de titulados superiores, el porcentaje de paro en este grupo de población; en suma, el grado de aprovechamiento o desaprovechamiento del capital humano.
La formación tendrá una importancia creciente en las sociedades de los países desarrollados, porque, como afirma P. Drucker, a medida que descienden los índices de natalidad, la economía de los países desarrollados dependerá cada vez más de la educación y de la información para competir, máxime cuando la única ventaja comparativa de estos países radica en la existencia de trabajadores que utilizan el conocimiento.
Un cuarto tema, por último, ha de relacionarse con el nivel de desigualdad o -su inverso- el nivel de cohesión que presentan las diferentes sociedades. Este es medible a partir de múltiples indicadores, no sólo a los ingresos y su reparto, sino también la formación de base y la educación formal, el grado de equidistribución de los salarios y diferencias entre el quintil más alto y el más bajo, el esfuerzo hecho por los Estados en áreas como la educación, la sanidad y la asistencia públicas, la cobertura del desempleo, la estabilidad en el trabajo...
En este sentido compartimos con el economista J. P. Fitousi la idea de que "los factores de competitividad no vienen determinados por la naturaleza, sino por la sociedad: educación, competencia profesional, recursos de relación, la capacidad de organización, la cultura¿", añadiendo que "el Estado para mantener y potenciar la productividad global debe desarrollar medidas que aseguren la cohesión social, porque, actualmente" -y así será, en nuestra opinión, en mayor medida en el futuro- "la cohesión social es condición misma de eficacia".
En efecto, en el mundo no avanzan más los países más ricos y económicamente más poderosos, sino los más cohesionados socialmente.
De otra parte, en el mundo desarrollado los problemas económicos en el futuro vendrán más por la vía del consumo que por la vía de la producción.
Las nociones de sobreproducción -o subproducción-, de sobreconsumo -o subconsumo-, que indefectiblemente conducen a crisis económicas, de uno u otro tipo, aparecen estrechamente relacionadas -además de con los niveles de renta y de productividad y con la capacidad adquisitiva de la población- con las estructuras subyacentes de la economía, tales como la pirámide de edades o distribución de la población por edades y sexo, con las estructuras, tipos y ciclos familiares; en definitiva, tienen una incuestionable base demográfica.
Se hace necesario profundizar, pues, en lo que gráficamente pudiéramos definir como el mar de fondo de la economía. Es preciso hacerlo para restituir a esta disciplina su dimensión más plena, porque, como señala Enmanuel Todd, en su reciente libro La ilusión económica: sobre el estancamiento de las sociedades desarrolladas, "el mundo homogéneo, simétrico de la teoría económica no existe".