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TRIBUNA

<I>Consecuencias y actuación necesaria </I>

Con expectativas empresariales negativas y falta de confianza del consumidor, la capacidad estimulativa de la política monetaria puede ser reducida.

Unos días antes de la catástrofe terrorista del 11 de septiembre, los analistas reflejaban de forma mayoritaria un diagnóstico de grave depresión económica generalizada. Las previsiones más pesimistas resaltaban la coincidencia del estancamiento de la demanda interna en los tres principales bloques desarrollados (EE UU, Europa y Japón), que reforzaba la situación negativa global. Dados los problemas estructurales de Japón y la falta de capacidad de reacción de Europa, la atención se centraba en la economía americana. Los puntos de vista sobre ésta divergían. Los pesimistas resaltaban la acumulación de problemas que se traducía en desequilibrios financieros de empresas y familias, y en última instancia en un déficit por cuenta corriente muy elevado.

Los analistas más optimistas apuntaban a una posible recuperación de la economía americana a finales de año confiando en la actuación estimulativa de la Reserva Federal (Fed). æpermil;sta ya había recortado los tipos de interés en siete ocasiones hasta el 3,5% y se esperaba que los recortes continuaran en octubre. Con apoyo de esa política estimulativa, las predicciones realizadas, por ejemplo las recogidas de la NABE (Asociación Nacional de la Economía de los Negocios, que agrupa a 31 economistas), apuntaban a que EE UU podría crecer en 2001 un 1,6% y un 2,7% en 2002. Se pensaba que podría haberse tocado fondo y la recuperación estaba a la vuelta de la esquina.

La situación con la que contábamos hasta el 10 de septiembre proporciona argumentos para anticipar las consecuencias del desastre. Hay que señalar que el shock producido en todas las economías, y en especial en la americana, es de demanda (y afecta a la recuperación del consumo) y además de oferta (y aumenta los costes).

Muchas empresas americanas se encontraban en mala situación por la reducción de los beneficios. El desastre del 11 de septiembre ha puesto en pérdidas billonarias a empresas de seguros, aviación, turismo, inmobiliarias o financieras.

A ello deben añadirse las consecuencias negativas que producirán los próximos meses, que seguramente vendrán de la mano de menores flujos de bienes comerciales y servicios (al menos turísticos) en todo el mundo, a la vez que un aumento de los costes, no sólo energéticos, sino especialmente los de seguros.

Aunque la reconstrucción de las pérdidas supondrá el camino hacia la recuperación, puede que tarde en producirse. La incertidumbre hará que el fondo de la depresión se alargue y tarde la fase alcista de la situación descrita para la economía americana como forma de U.

La actuación obligada de las autoridades económicas se debe dirigir a mitigar las consecuencias negativas sobre los ciudadanos y a sentar las bases para una recuperación rápida y sólida.

La pronta reacción financiera tanto por parte de la Fed como del BCE ha estado dirigida a contrarrestar la contracción de liquidez de los mercados y puede entenderse como medida de choque para evitar una crisis financiera.

Está bien que las autoridades monetarias den muestras de disposición a actuar. Pero la capacidad estimulativa de la política monetaria sobre la economía real en situaciones de expectativas empresariales negativas y de falta de confianza de los consumidores puede ser reducida. No cabe pensar que los consumidores americanos, cuyas decisiones de gasto estuvieron en el pasado apoyadas en los efectos riqueza, recuperen el grueso de su entusiasmo los próximos meses, a pesar de la buena disposición de las primeras reacciones y los mensajes de confianza de las autoridades. Es posible que sean necesarias medidas estimulativas más directas. En la guerra del Golfo, el gasto militar contribuyó a solucionar la moderada recesión y las contribuciones de los países aliados corrigieron el déficit corriente de EE UU. Los analistas americanos ya están pidiendo políticas fiscales expansivas y no sólo en gastos militares.

Quizá sea prematuro que en los países europeos se anuncie la disposición a aplicar medidas de índole presupuestaria cuando se ha venido haciendo hincapié últimamente en la bondad de equilibrar las cuentas públicas. Pero a partir de ahora las autoridades económicas deberán esforzarse en afinar los ejercicios de previsión y anticipar actuaciones ante indicios de recesión. Si no hubiera guerra ahora, el mejor escenario de recuperación sería una reactivación sólida de las economías europeas. Y ojalá que no la haya.

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