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TRIBUNA

<I>Inflación y empleo en España</I>

El desplome de las inversiones en bienes de equipo completa un cuadro poco halagüeño, particularmente en lo que se refiere a la creación de empleo en el futuro próximo.

Antonio Gutiérrez Vegara

Con 24 horas de diferencia se han conocido dos datos que no dibujan un escenario optimista precisamente para lo que queda de año. Ni el índice de precios de consumo (IPC) del mes de julio ni la encuesta de población activa (EPA) correspondiente al segundo trimestre son alentadores.

Los precios han subido un 0,2%, acumulando un aumento del 2,3% en lo que llevamos de año y una tasa interanual del 3,9%, lo que significa una disminución de tres décimas en los últimos meses. Pero aunque parezca una noticia positiva en tanto en cuanto abre un paréntesis en el alza sostenida desde hace año y medio, si observamos la inflación subyacente -sin alimentos no elaborados ni precios energéticos- la reducción es de tan sólo una décima, situándose en un 3,5% interanual.

La caída de los precios de la energía, el 0,2%, se ha desaprovechado por la perniciosa evolución de los precios en hostelería y turismo, que han contribuido al incremento con un 0,264% y por otros sectores ajenos al impacto provocado por el precio del petróleo, como enseñanza (+5%), vivienda (+4%) y alimentos (+6,8%).

A la vista de estos datos, el IPC puede terminar el año habiendo crecido un 3,4% en el mejor de los casos. Una dinámica que supone un diferencial acumulado con los países comunitarios de casi cuatro puntos en los tres últimos años, lo que comporta una fuerte pérdida de competitividad en el espacio donde tiene lugar el 80% de los intercambios comerciales de la economía española.

Por todo ello, la bondad puntual del IPC de julio no puede ocultar la persistencia de las tensiones inflacionistas de carácter estructural, a las que hay que añadir el desplome de las inversiones en bienes de equipo para completar un cuadro muy poco halagüeño en lo que a generación de riqueza se refiere y, particularmente, en creación de empleo para el próximo futuro.

Y de empleos nos ha informado la EPA que durante el segundo trimestre sólo se han creado 90.700, la cifra más baja de los últimos ocho años. Bien es verdad que la totalidad de los empleos netos creados entre el segundo trimestre de 2000 y el mismo periodo del presente año son indefinidos, 208.800, pero la temporalidad sigue afectando al 31,48%.

Para el ministro de Trabajo son datos positivos, con "mayor valor si se tienen en cuenta las circunstancias internacionales que han frenado el crecimiento de la economía mundial", pero ha pasado por alto que la tasa interanual se ha movido solamente el 1,78%, poco más de la tercera parte de lo que aumentaba el año pasado por las mismas fechas.

Con una incorporación de 103.600 personas a la actividad laboral en el último año, el paro se reduce en 153.500 desempleados, lo que equivale al 12,97% de la población activa, que es la más elevada de toda la Unión Europea, con especial relevancia del paro femenino, situado en el 18,9%.

Una cruda realidad que debería aconsejar más la autocrítica que la autocomplacencia gubernamental, porque indica que sus políticas activas son inocuas o clamorosamente insuficientes para crear empleo y que su reforma laboral decretada sin consenso social no da frutos ni en los apartados en los que más empeño pusieron para trastocar acuerdos anteriores. Como revela la evolución del trabajo a tiempo parcial, que ha caído desde los 37.100 del año pasado hasta los 29.800 de ahora al amparo de la citada contrarreforma.

Por lo tanto, tampoco llevamos camino de converger en materia de empleo con la Unión Europea, que es el indicador más importante de la convergencia real y el principal motivo de inquietud de la ciudadanía de nuestro país.

Tanto o más decepcionante que la política de empleo del Gobierno es el comportamiento empresarial en estos momentos decisivos. A él principalmente se debe el descontrol inflacionista y de su drástico recorte de las inversiones se deriva en buena medida la pérdida de gas en la creación de empleo.

Como ni los responsables de la política económica ni los empresarios apuntan cambios significativos en sus respectivas actitudes, no hay margen para el optimismo. Lo que va mal aún puede empeorar en los próximos meses.

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