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TRIBUNA

<I>Quimera totalitaria o democracia </I>

Anteponer la pretendida soberanía nacional a los derechos de los ciudadanos es uno de los más recurrentes pretextos de los liberticidas.

Antonio Gutiérrez Vegara

Cuanto más difíciles son las situaciones políticas, más prolifera la formulación de buenos deseos que parecen propuestas de futuro pero que no son más que la reiteración de lo que hubiera sido deseable en el pasado para haber evitado un presente calamitoso.

Así, en estas vísperas electorales hay quienes proponen un Gobierno de concentración para Euskadi que agrupe a todos los partidos democráticos, sean o no nacionalistas. Esta loable sugerencia es plausible en una situación de emergencia si hay un consenso básico sobre las causas que la motivan y la voluntad coincidente de afrontarla compartiendo objetivos en lo inmediato, por encima de los respectivos proyectos programáticos de futuro.

Obviamente la excepcionalidad vasca radica en la existencia de una banda terrorista que atenta contra la vida de cuantos no comulguen con el esquema soberanista que propugna. En consecuencia, el primer objetivo de cualquier Gobierno democrático no puede ser otro que acabar con esa gravísima distorsión que representa ETA para garantizar los derechos civiles, empezando por el derecho a la vida, imprescindibles para configurar la nación que libre y voluntariamente quieran impulsar sus ciudadanos y ciudadanas.

Pero si estamos ante unas elecciones anticipadas es porque el PNV no sólo no compartió ese objetivo prioritario con los demás partidos democráticos, sino que prefirió asumir buena parte del programa de quienes justifican y alientan la violencia para alcanzar sus fines políticos firmando el Pacto de Estella y formar Gobierno valiéndose de sus votos en el Parlamento vasco. Tal vez creyó que a la paz se llegaba sacrificando circunstancialmente la libertad, que avanzando primero por el camino del soberanismo se llegaría después a la desaparición de ETA por innecesaria. Pero ese trueque, además de implicar una inaceptable justificación de la violencia, es el que genera los regímenes más violentos, porque sólo pueden mantenerse mientras reprimen por la fuerza y niegan doctrinariamente la libertad.

Paz a cambio de cercenar la libertad fue, en resumidas cuentas, el fundamento sobre el que quiso afianzarse la dictadura franquista. Más muerte y más dogmatismo han sido a la postre los recursos fundamentales para seguir abonando las tesis quiméricas de Estella, de las que sigue sin desmarcarse el PNV aunque congelara el pacto tras perder el apoyo parlamentario de EH.

Anteponer la pretendida soberanía nacional a los derechos de los ciudadanos ha sido uno de los más recurrentes pretextos de los liberticidas a lo largo de la historia. Pretender una nación que resulte de imponerse sobre dos Estados democráticamente configurados, el francés y el español, despreciando además la voluntad democrática de otra comunidad autónoma, como es la Navarra, y decidir su nacimiento en un ámbito previamente delimitado por unos cuantos, es sencillamente una quimera totalitaria. Las quimeras no se defienden con razo-nes, sino con rabia. Y en la ra-bia se engendra la violencia.

El Gobierno vasco de concentración es el que debería haberse formado a raíz de las anteriores autonómicas y precisamente como mejor vía para haber logrado que la tregua indefinida de ETA hubiese continuado hasta convertirla en desaparición definitiva de la banda, aglutinando desde las tareas de gobierno a todos los demócratas sin exclusión en el empeño de restaurar la libertad, que no habrá para nadie mientras no sean libres todos y cada uno de los ciudadanos de Euskadi para pensar lo que quieran y expresarlo sin temor a ser asesinados.

Pero el PNV optó por otra vía, y quienes han concitado a los demócratas han sido PSE-PSOE, PP, la plataforma ¡Basta Ya!, el Foro de Ermua y tantas otras asociaciones que, además de condenar cada atentado, han dado el paso de defender la Constitución y el Estatuto de Guernica como los garantes de las libertades individuales y del desarrollo del autogobierno.

Es reconfortante comprobar que cada vez hay más gente bienintencionada, di-cho sea sin ironía, que sugiere ahora Gobiernos de concentración cuando la componente nacionalista de ese hipotético Gobierno sigue sin querer concentrarse en la tarea prioritaria con los demás partidos democráticos. Más acertado ha estado Nicolás Redondo Terreros al preferir "un Gobierno constitucional, estatutario, no para superarlo, sino para fortalecerlo", porque si las urnas le permiten formarlo, será el Gobierno "por y para las libertades", como también ha comprometido Mayor Oreja. Desde esos confines es de donde puede surgir, hoy por hoy, la "concentración gobernante" en Euskadi, que aliente la recuperación de la unidad democrática en la sociedad vasca sin exclusión.

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