¿Y ahora, qué hacemos con el euro?
Mala época la que ha elegido el euro para crecer. Vivió la moneda única su primer año con los lastres del diferencial de crecimiento con Estados Unidos y el apetito europeo por las acciones estadounidenses. La crisis bursátil tampoco dejó respirar a la moneda europea, aunque en la última etapa de 2000 recuperó posiciones.
Cuando, a finales del año pasado, se rumiaba la recesión en Estados Unidos, parecía que el diferencial de crecimiento con la zona euro podría cambiar las cosas. Hasta que Greenspan dio paso a la carrera bajista de los tipos de interés y, desafiando la teoría clásica, el dólar volvió a subir.
Ahora mismo, las divisas siguen el dictado de la Bolsa y no el de la renta fija. Así, el diferencial de tipos (por primera vez favorable a Europa) en nada favorece al euro. Paradójicamente, la moneda única paga la ortodoxia del banco Central Europeo. Por mucho que el propósito de Duisenberg sea el control de la inflación.
Las últimas cifras económicas en Estados Unidos han dado la puntilla al euro. El diferencial de crecimiento es mínimo y las expectativas son, debido a los recortes de tipos, más favorables al otro lado del Atlántico.
Así pues, ¿qué se puede hacer con el euro? Los últimos movimientos demuestran que las divisas dependen más de las expectativas de crecimiento que de la rentabilidad de los activos. Pero tampoco puede el BCE dar alas al euro bajando tipos, pues no hay cosa peor para una moneda que la inflación.
Pocas opciones quedan en Francfort. Si acaso, esperar a que, por una vez, los inversores traigan su dinero a las Bolsas de Europa. O esperar a que el euro deje de tener esa suerte de sesgo negativo que sufren en las mesas de operadores de divisas. No es ninguna fobia, simplemente es un sentimiento de mercado. Como el que llevó al Nasdaq a las nubes para luego devolverlo a la tierra.