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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El problema de la vivienda no son las hipotecas

Fiar a la política de la banca el acceso a la vivienda sería repetir, en parte, el mismo error de hace dos décadas

CINCO DÍAS

Los precios de la vivienda han alcanzado en determinadas geografías españolas unos niveles tales que pedir una hipoteca ha pasado de ser una conveniencia a un artículo de lujo. Y no por unos tipos de interés elevados, sino porque el valor de mercado de los pisos, combinado con los criterios de concesión de la banca, obliga al aspirante a su primera casa a disponer de unos ahorros inasumibles para amplias capas de la población. El acceso a la vivienda es uno de los mayores problemas hoy por hoy. Pero no es un problema sistémico, como señala el Banco de España en su informe de estabilidad financiera. Precisamente, la contención de los bancos, que cierra la puerta a muchos aspirantes a hipotecado, es uno de los aspectos que destaca la autoridad monetaria, para la que el problema de la vivienda parte de un déficit de oferta. Es decir, justo al contrario que en 2007.

De hecho, a mes y medio para que termine el año, el sector financiero se bate en retirada de la guerra por el cliente. Al menos ocho entidades han elevado el tipo de interés de sus hipotecas fijas, un movimiento que tiene un poco que ver con las perspectivas de tipos de interés y bastante con la política de los propios bancos. El sector está firmando un 2025 histórico tanto en Bolsa como en resultados, cuando el mercado esperaba un ejercicio, ya sin el viento de cola de los tipos, de más a menos. La situación económica y los volúmenes han permitido mantener el pulso, pero en el tramo final del año el sector empieza a mirar a los márgenes. La concentración del sector facilita estas decisiones, como ya ocurrió con los depósitos cuando los tipos empezaron a subir, y ayuda a explicar los récords de beneficio.

Ahora bien, fiar a la política de la banca el acceso a la vivienda sería repetir, en parte, el mismo error de hace dos décadas; la burbuja fue inmobiliaria, pero también crediticia. Las hipotecas firmadas con alegría no contuvieron el alza de precios (más bien al contrario), y en aquellos polvos se larvaron unos lodos que han durado lustros: rescate, pérdida de competitividad, desahucios y un sinfín de desequilibrios. Las medidas que estudia el Banco de España para contener las hipotecas de riesgo indican la prudencia que se debe exigir a su mandato.

Un error igual o mayor sería subestimar el efecto de la crisis de vivienda: mal vamos si las generaciones jóvenes, sobre el papel llamadas a cerrar la notable brecha de productividad de nuestra economía, precisan de un esfuerzo casi heroico para no vivir con sus padres.

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