La banca europea ante el desafío cripto
El bitcoin nació para desafiar al dinero tradicional, pero su legado impulsa hoy una nueva forma de dinero con sello bancario.


La evolución del mundo cripto desde unos orígenes donde el bitcoin prometía ser una alternativa al dinero tradicional está llena de paradojas. La principal, el éxito del bitcoin como objetivo de inversión ha convertido en inviable su condición de moneda alternativa, más allá de cuestiones de orden legal y práctico que, también, convertían dicha aspiración en una quimera. Ahora, en un giro final, es la tecnología cripto la que se apoya en la estabilidad del dinero de toda la vida para lanzar las llamadas monedas estables o stablecoins.
En la explosión del sector han coincidido varios factores, desde la limitada oferta de bitcoins, que ha espoleado sus subidas a lo largo del tiempo, hasta la desregulación total. Por estos mismos motivos, el sector financiero tradicional se ha mantenido a una prudente distancia, pero las iniciativas legislativas han limado las fronteras entre ambos mundos, sobre todo en EE UU, donde las conexiones de la Casa Blanca con la industria cripto son incontables. En este benigno entorno, y de la mano tanto de la gran banca como de las firmas especializadas, han florecido las stablecoins, cuyo crecimiento ha despertado inquietud en Europa, que de hecho ha acelerado el desarrollo del euro digital ante el riesgo de que monedas ligadas al dólar y dependientes de otras jurisdicciones ocupen parte del terreno monetario.
De ahí que las autoridades vean con buenos ojos las iniciativas de los bancos para lanzar sus propias criptomonedas estables: estas divisas estarán ligadas al euro, respaldadas por activos en euros y, al estar emitidas por bancos de la unión monetaria, si los usuarios cambian el dinero de toda la vida por stablecoins, los fondos no se salen del circuito ni de la supervisión europeos. En este sentido, las autoridades estuvieron acertadas al sacar adelante la normativa MiCA: la directiva es suficientemente exhaustiva para dejar pocos ángulos muertos, sin que a causa de ello la tramitación haya llegado demasiado tarde.
El riesgo al que exponen estas nuevas tecnologías es difuso y no pasa de las meras hipótesis, pero está lejos de ser baladí; la digitalización del sector financiero es total y absoluta, lo que ha modificado las pautas de conducta y, por tanto, la morfología de los pánicos bancarios. Ya lo demostraron Silicon Valley Bank y Credit Suisse en 2023. Las autoridades financieras tienen la obligación de intentar anticipar los peores escenarios, porque lamentablemente estos, tarden un año o una década, terminarán ocurriendo.

