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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las joyas del Louvre y el gran fallo del mercado de robos de arte

Se roban pocas gemas en comparación con las pinturas, que son casi imposibles de vender

El día 19, unos ladrones robaron del Louvre joyas reales por valor de 80 millones de euros. Lo inusual no es solo el prestigioso lugar, la ejecución a plena luz o el increíble valor. Es que los autores se llevaron algo que podían vender para cambiar.

Tras usar una grúa para entrar por una ventana del segundo piso, cortar las vitrinas y amenazar al personal, los delincuentes escaparon en moto en ocho minutos. Es tentador suponer que operaciones como esta son sofisticadas, al estilo de filmes como Ocean’s ­twelve. Al fin y al cabo, los medios, la policía y los desventurados museos tienen motivos para seguirles el juego a fin de atraer la atención del público, desviar la culpa si no logran resolver el caso y ganarse elogios si lo hacen.

Aunque el gusto de los ladrones pueda ser exquisito, sus métodos no lo son. Los estudios dicen que la mayoría usa la fuerza bruta y la intimidación física a los guardias para acceder. Aunque la mitad usa el engaño, incluyendo ejemplos inspiradores, como un robo en Brasil en carnaval y atracos en Noruega durante una ceremonia olímpica, la mayoría solo llevan pasamontañas. La elección del lugar tampoco es inu­sual. Francia es el lugar más común para robar en museos, seguido de Italia, según la Interpol y el FBI.

Curiosamente, las joyas no son un objetivo muy popular. Se roban casi seis veces más cuadros que oro o gemas. Esto supone un colosal fracaso del mercado. Las pinturas conocidas son casi imposibles de vender. Pocos compradores se atreven con una obra de procedencia claramente ilegal, y la amplia base de datos de The Art Loss Register ofrece una forma fácil de comprobarlo. Todo ello por una recompensa mínima: los precios en el mercado negro son inferiores al 10% del valor en el mercado abierto, según el FBI.

Estas dificultades hacen que las pinturas robadas a menudo sigan en el limbo, antes de reaparecer en ocasiones. Dos jóvenes riendo con una jarra de cerveza, del holandés Frans Hals, ha sido sustraído tres veces en cuatro décadas.

El oro y muchas gemas, por otro lado, son fáciles de vender, difíciles de rastrear y alcanzan buenos precios. La sociedad también estaría mejor si los ladrones de museos se limitaran a robar joyas. Un resultado horrible como el destrozo de un collar deja esperanza de reconstrucción. Un cuadro quemado o arrojado al río se pierde para siempre.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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