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Los riesgos de jugar a los dados con la bomba atómica de la deuda

Los asesores de Trump dan vueltas a la opción de reestructurar parte de los bonos para aliviar tipos y cambio del dólar

Varias veces este año se ha encendido la luz ámbar de prealerta en los mercados de bonos y todas como consecuencia de las decisiones radicales y nada meditadas de la Administración Trump. La burbuja de la deuda mundial es una auténtica bomba atómica financiera, tiene la piel cada vez más fina y precisa ser tratada con mucho mimo para no manipular la espoleta y hacer saltar por los aires el maltrecho orden económico global. Pero desde que la heterodoxia gobierna EE UU, Trump y sus asesores se empeñan en jugar a los dados y experimentar soluciones imaginativas de consecuencias desconocidas.
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Varias veces este año se ha encendido la luz ámbar de prealerta en los mercados de bonos y todas como consecuencia de las decisiones radicales y nada meditadas de la Administración Trump. La burbuja de la deuda mundial es una auténtica bomba atómica financiera, tiene la piel cada vez más fina y precisa ser tratada con mucho mimo para no manipular la espoleta y hacer saltar por los aires el maltrecho orden económico global. Pero desde que la heterodoxia gobierna EE UU, Trump y sus asesores se empeñan en jugar a los dados y experimentar soluciones imaginativas de consecuencias desconocidas.

La deuda no es otra cosa que la herramienta que permite traer al presente crecimiento del futuro, y por ello su acumulación resta capacidad de crecer en el porvenir. Casi todas las naciones han practicado ese juego temporal para resistir la carrera del progreso, y lo han hecho tan sin medida que hoy la deuda global supera los 318 billones de dólares (263 billones de euros), a la que los estados contribuyen con cerca de cien billones de dólares (95,3 en el último cómputo del Instituto Internacional de Finanzas), un 80% de la producción anual mundial.

Y los países más endeudados son precisamente los más desarrollados por diversos motivos, pero especialmente por la captura anticipada del progreso que obliga a pedir prestado: las economías avanzadas tienen pasivo fiscal por el 185% de su PIB, y las emergentes, por cerca del 90%. Unos valores que seguirán subiendo porque la necesidad de reforzar la seguridad tras los agresivos movimientos geoestratégicos en Europa lo impone; de hecho, el FMI pronostica que la deuda global de los estados llegue al 100% del PIB al final de esta década.

Pero lo cierto es que el volumen de ahorro en el mundo es de tal magnitud, que todas las emisiones de deuda de los tesoros y sus refinanciaciones son atendidas, como honrado es el pago de sus intereses. Si el emisor que busca recursos y el acreedor que demanda rentabilidad cruzan sus caminos, la burbuja sigue flotando. El problema surge cuando un gran emisor pide demasiado y empieza a tener problemas de repago, y pasa de ser un problema soluble a uno muy delicado si el gran emisor es el primero de la fila, y, aunque tiene inmensa capacidad financiera, busca fórmulas arriesgadas para pagar menos.

Es el caso de los EE UU, con una deuda de 36 billones de dólares, que supone la mayor cantidad per cápita del mundo (casi 110.000 dólares, 91.000 euros), y supera el 122% del valor de su producción anual, una ratio que triplica la de los estados más virtuosos que gozan de la mejor calificación crediticia. Pero la Oficina Presupuestaria de la Casa Blanca proyecta llegar al 140% del PIB con una senda de déficits fiscales del orden del 6% cada uno de los diez próximos años.

Su nivel de deuda, como país con los contrapesos institucionalizados de una democracia solvente, debe ser monitorizado y su crecimiento autorizado parlamentariamente, una circunstancia que ha llegado a paralizar la administración en varias ocasiones. Pero a la heterodoxa administración Trump le gustaría disponer de campo abierto para ejecutar sus rebajas de impuestos sin atentar contra la caja del Tesoro. Como tal cosa no es posible, pretende remover todas las piezas del tablero: los aranceles, el tipo de cambio, el gasto en seguridad, y hasta la naturaleza de la deuda para hacerlo posible. Jugar a los dados con el orden económico mundial, en definitiva, y a saber qué sale.

Si en su primer mandato activó decisiones selectivas en materia arancelaria, en este segundo Trump ha abierto una causa general contra el libre comercio para tratar de equilibrar el déficit comercial, recuperar la primacía industrial y, de paso, financiar la elevada factura de intereses de la descomunal deuda fiscal norteamericana, que se acerca al billón de dólares y supera la de defensa. La Oficina Presupuestaria del Congreso cifra en cuatro billones de dólares los ingresos por tales tasas en diez años, un poco menos de los 4,1 billones de pérdida de recaudación que en el mismo periodo generaría la reforma fiscal que proyecta Trump: lo comido por lo servido.

Todo por depreciar el dólar, que tiene resistencias naturales por ser la primera divisa de reserva del mundo (el 60% de las reservas mundiales está en dólares), y por mantener jugosas rentabilidades para financiar la mochila de la deuda, amén de ser la referencia del país tradicionalmente más seguro, más innovador, más poderoso y más rentable del mundo. La primera andanada de aranceles ha logrado éxito en ese aspecto.

Pero el verdadero riesgo del juego heterodoxo de Trump es manosear la tecla de la deuda, jugando con la posibilidad de una reestructuración de grandes partidas de bonos para abaratar su coste y proporcionar supuesta estabilidad al mercado. Son los dados que agita en su mano Stephan Miran, presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca y flamante miembro del consejo de la Reserva Federal, y que el consenso del mercado no acaba de ver. Miran propone canjear los bonos americanos de reserva por títulos a cien años, para rebajar el coste financiero, aliviar a los contribuyentes americanos y en paralelo aflojar el precio del dólar para recomponer la manufactura americana y equilibrar las balanzas comerciales.

En contra de lo que ocurría en los ochenta cuando el consenso del Hotel Plaza, ahora la mayoría de los activos de reserva nominados en dólares no están en manos de Europa, sino de Asia, que en paralelo somete comercialmente a EE UU. China posee tres billones de dólares en bonos de reserva; Japón, 1,2; India, 600.000 millones; y Taiwán, 560.000. Si todos estos países aceptaran el juego, y en paralelo revaluaran sus monedas contra el dólar, los aranceles, herramienta de presión y negociación, podrían diluirse.

La cuestión es adivinar las consecuencias de toda la operación alojada en la mente de Stephan Miran, que no cuenta ni de lejos con el plácet intelectual de Wall Street. Cuando el diseño trascendió, con el pomposo nombre de los acuerdos de Mar-a-Lago, que no eran tales, el mercado de deuda se puso de los nervios, y el índice del miedo (Merrill Lynch Option Volatility Estimate, MOVE) se disparó hasta niveles desconocidos. El nerviosismo ha repuntado cada cierto tiempo desde entonces, porque una reestructuración de deuda americana, que sería impuesta, pone contra las cuerdas a los emisores más débiles y endeudados, que en ningún caso podrían imponer reestructuraciones similares, y quizás verse obligados al suicidio del default. Demasiado sencillo para un sudoku tan complejo.

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