El fin de la austeridad
Aunque parezca que no pasa nada por seguir emitiendo deuda y por ingresar menos de lo que se gasta, sí tiene impacto

Hay ciertas situaciones cuyo verdadero impacto solo se puede apreciar en retrospectiva. La crisis financiera global de 2008 es uno de estos momentos. El caos y la incertidumbre que se desató ese año tiene pocos paralelismos históricos, como tampoco los tienen las medidas aplicadas, cuyos efectos todavía se dejan sentir diecisiete años después.
Una de las muchas lecciones aprendidas es que, a veces, los mercados no pueden funcionar por sí solos. Necesitan apoyo, ya sea desde el lado de la política monetaria (Mario Draghi en 2012), desde la política fiscal (COVID) o desde ambos frentes, como ha sido el caso de los últimos años.
Estos acontecimientos extraordinarios demandaron medidas extraordinarias. Sin embargo, de alguna manera, hemos convertido lo excepcional en rutina, alterando la percepción del riesgo de los inversores, con la negativa consecuencia que eso supone.
Si miramos a la política monetaria, la relajación de esta después de la crisis financiera global transmutó en una suerte de ventanilla de último recurso para estimular la economía, tanto en sus horas más bajas como en épocas de crecimiento más estabilizado. Cuando en julio de 2012, con el euro a punto de romperse, Mario Draghi dijo que “haría todo lo necesario”, sentó la base para una larga temporada de tipos bajos que cohesionó a la zona euro, pero también nos llevó a tipos negativos y a una burbuja que estalló con la aparición de la inflación en 2022 y que dejó el peor año de renta fija de la historia.
Lo mismo ocurrió con la respuesta fiscal al covid, que demandó una política expansiva que permitiera financiar la recuperación de la economía mundial. Una medida necesaria que, de no ajustarse a tiempo, causa fuertes efectos secundarios.
Hoy es Estados Unidos donde la deriva fiscal resulta más preocupante. Una de las promesas electorales de Donald Trump consistía en los recortes de gasto público, acusando a Biden de irresponsabilidad fiscal (posiblemente con razón). La realidad, después de algo más de ocho meses de mandato, es que esa promesa de austeridad ha quedado en eso, en una promesa. La BBB (Big Beautiful Bill), supone un ambicioso programa presupuestario que implica más deuda y más déficit para los próximos años, comprometiendo la sostenibilidad de la primera economía del mundo, cuyo “excepcionalismo americano” empieza a ponerse en cuestión.
Las implicaciones para los mercados financieros son muy importantes, especialmente por el lado de los tipos de interés. La combinación de la presión sobre Powell para que baje los tipos con las previsiones de déficit estructuralmente alto y una deuda creciente amenaza con tensionar la pendiente de la curva de tipos, demandando mayor rentabilidad en los largos plazos ante el mayor riesgo del emisor, en este caso Estados Unidos.
Al alterarse esa referencia que suponen los tipos de interés a largo plazo, el efecto sobre el resto de los activos es inmediato. La Bolsa es un buen ejemplo: para sostener que es preferible comprar el S&P a 25 veces beneficios antes que el bono a diez años por encima del 5%, se necesitan argumentos de peso, como un crecimiento desmesurado de los beneficios de manera casi permanente.
No pasa nada por ejecutar medidas extraordinarias en momentos inusuales. El problema es que, una vez aplicadas, retirarlas es impopular. Lo vimos con los bancos centrales, que pasaron después de 2008 de ser el policía que apagaba las luces de la fiesta cuando esta se descontrolaba a convertirse en un proveedor de liquidez que se cuidaba mucho de decepcionar a los mercados en cada uno de sus mensajes.
Ya sabemos cómo acabó eso. Ahora el foco está situado en unos gobiernos inclinados a gastar con independencia del momento económico, los desequilibrios fiscales o los niveles de deuda. El concepto de austeridad ha desaparecido porque ser austero, ordenado y aplicar recortes no es popular. Todo lo contrario: cuesta votos y, lamentablemente, hay pocos políticos inclinados a perder votos a cambio del bienestar futuro de su país.
No hay acción sin reacción, y aunque ahora parezca que no pasa nada por seguir emitiendo deuda y por ingresar menos de lo que se gasta, porque el mundo sigue girando y los mercados subiendo, la realidad es que sí tiene impacto. No sabemos cuándo se concretará, pero en algún momento esas consecuencias se traducirán en dinero. Y no va a ser una factura barata.

