Cuando la duda es más honesta que la certeza
La paciencia selectiva suele marcar la diferencia entre quienes logran preservar capital y quienes quedan atrapados en los ciclos

Al cerrar el verano, han transcurrido ya cuatro meses desde el denominado “día de la liberación”, y los temores iniciales en torno a los aranceles se han ido disipando. A pesar de las caídas iniciales en los mercados globales asociadas a la entrada en vigor de estas medidas, las bolsas han recuperado con creces lo perdido. Actualmente, los índices bursátiles registran máximos históricos, mientras que los diferenciales de crédito (prima de rentabilidad sobre el bono gubernamental) se encuentran en niveles que no se veían desde antes de la crisis financiera.
La firma del acuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea ha eliminado uno de los principales riesgos para Europa, y el impulso fiscal en Alemania abre nuevas oportunidades de crecimiento. Este contexto permite al Banco Central Europeo mantener los tipos de interés en torno al 2%, proporcionando un entorno de estabilidad y previsibilidad para los mercados.
En paralelo, la Reserva Federal se enfrenta a un escenario más ambiguo. En su intervención en Jackson Hole, Jerome Powell señaló que los datos muestran señales contrapuestas: por un lado, la inflación podría acelerarse debido a los aranceles, aunque su efecto exacto es incierto y se manifestará con retraso; por otro, el mercado laboral empieza a mostrar signos de fatiga. Este doble desafío obliga a la institución a mantener una postura flexible: sin cambios inmediatos en los tipos de interés, pero dejando abierta la posibilidad de recortes si el empleo se deteriora con mayor rapidez de la esperada.
El contraste entre la fragilidad macroeconómica y la solidez empresarial es evidente. Las compañías del S&P 500 han logrado aumentar beneficios un 12% interanual en el segundo trimestre, lo que sostiene el ánimo de los inversores.
Robert Rubin, exsecretario del Tesoro de Estados Unidos y figura clave en la relación entre Wall Street y Washington durante los años 90, tuvo un papel central en la disciplina fiscal y en la política económica de la administración Clinton. Antes de eso, había sido alto ejecutivo en Goldman Sachs, lo que le dio una perspectiva única sobre los mercados financieros y la toma de decisiones económicas. Sobre la certeza y la confianza, Rubin indicaba: “Algunas personas están más seguras de todo que yo de cualquier cosa”.
Leí esta cita en una carta de un gestor de fondos de renta variable y me sentí especialmente identificado. En un entorno marcado por cambios constantes y la aparición continua de nuevas innovaciones, adoptar posturas absolutas suele conducir, tarde o temprano, a cometer errores significativos. Y cuando se gestionan recursos de terceros, ese tipo de riesgo es inasumible. En la gestión de inversiones no se trata de demostrar quién tiene razón, sino de generar rentabilidad ajustada al riesgo de la manera más eficiente posible.
El punto de partida es sencillo: el mundo es demasiado complejo como para sostener certezas absolutas. Las variables cambian con rapidez, las consecuencias de los eventos son difíciles de anticipar y la información siempre llega incompleta o con retraso. Pretender eliminar la incertidumbre resulta ilusorio. Lo verdaderamente importante es aprender a convivir con ella y cultivar la capacidad de tomar decisiones sensatas en medio de ese contexto incierto.
Economistas, inversores y medios buscan historias coherentes para explicar lo que ocurre. Pero las historias son eso: relatos, no verdades. Confiar demasiado en una sola explicación refuerza falsas seguridades.
La alternativa al pensamiento binario —ese “sube o baja”, “éxito o fracaso”— reside en trabajar con probabilidades. Asignarles probabilides a distintos escenarios nos obliga a reconocer la existencia de múltiples futuros posibles, disipa la parálisis de optar entre dos polos opuestos y abre espacio al surgimiento de lo inesperado. Incluso cuando su probabilidad es baja, contemplarlo permite anticipar medidas de protección frente a desenlaces adversos.
Este enfoque resulta más incómodo porque exige aceptar la duda como compañera habitual, pero también es más realista. Implica que el gestor debe ser flexible, revisar constantemente sus hipótesis y ajustar la cartera según la evolución de la información. No se trata de perseguir certezas, sino de sostener un proceso de decisión consistente que minimice errores graves y potencie la resiliencia de la cartera.
La cita condensa dos cualidades esenciales: humildad y escepticismo. Humildad para reconocer lo limitado de nuestro conocimiento y escepticismo para desconfiar de seguridades aparentes que, en mercados financieros, suelen tener un coste elevado. Adoptar esa mentalidad es una invitación a pensar en el largo plazo. La gestión sensata no se mide por la capacidad de acertar siempre en el corto plazo ni por sumarse a cada moda de mercado, sino por evitar errores de magnitud tal que comprometan la capacidad de recuperación.
Un error garrafal –ya sea una concentración excesiva en un activo sobrevalorado, una apuesta binaria con todo el capital o la persecución de una tendencia efímera– puede tener consecuencias de las que un inversor, e incluso un gestor profesional, difícilmente se recupere. Por eso, más que intentar maximizar cada oportunidad táctica, lo verdaderamente relevante es minimizar el riesgo de decisiones irreversibles. La inversión a largo plazo ofrece un marco que atenúa la presión del corto plazo y permite que las convicciones se construyan sobre fundamentos sólidos, y no sobre el ruido del mercado.
Esto no significa que la disciplina sea sencilla. En la práctica, exige aceptar la incomodidad de quedarse al margen de ciertos repuntes bursátiles impulsados por sectores de moda o narrativas seductoras. Resulta natural sentir frustración al ver cómo algunos segmentos del mercado se disparan mientras una cartera prudente permanece rezagada temporalmente. Sin embargo, esa paciencia selectiva suele marcar la diferencia entre quienes logran preservar capital y quienes quedan atrapados en los ciclos de euforia y corrección. A la larga, la consistencia en evitar errores importantes pesa más en el resultado acumulado que la búsqueda de rentabilidades espectaculares en plazos cortos.
Javier Navarro es gestor de Abante.

