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Tribuna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Seguridad y soberanía tecnológica

Los Estados de la UE deben alinear más sus políticas nacionales para no perder más relevancia frente a los gigantes geopolíticos

La actual Comisión Europea inició sus actividades el 1 de diciembre de 2024. Su primera prioridad para los años 2024-2029 consiste en preparar y ejecutar “un nuevo plan para la prosperidad y la competitividad sostenibles en Europa”. Este plan se basa en gran parte en el informe presentado por Mario Draghi en septiembre de 2024. Tal como recordó el autor del informe en su presentación, el problema no es que Europa dependa de las tecnologías americanas (como la inteligencia artificial) y de las importaciones chinas (en energías renovables y vehículos eléctricos). El problema es que tarde o temprano estas dependencias limiten nuestra prosperidad, nuestra seguridad y nuestra libertad.

Pero para implementar muchas de las recomendaciones del plan Draghi, especialmente la profundización del mercado único y la coordinación de políticas industriales y de inversión, los Estados miembros tendrían que alinear más sus políticas nacionales con una estrategia europea común. Esto implica una mayor armonización y un menor margen de maniobra nacional en ciertos ámbitos. Es decir, los Estados de la Unión Europea deberían ceder parte de su soberanía a la UE.

No es la primera vez que la UE acomete un plan de este tipo. La Agenda de Lisboa fue aprobada por el Consejo Europeo en marzo de 2000, con el objetivo de convertir la economía de la UE en “la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, antes de 2010, capaz de un crecimiento económico duradero acompañado por una mejora cuantitativa y cualitativa del empleo y una mayor cohesión social”.

Sin embargo, en 2010 la mayoría de las metas de la Agenda de Lisboa no se habían logrado. Más allá de la crisis financiera global de 2008-2009, el fracaso de la Agenda de Lisboa puso de manifiesto las debilidades del sistema de gobernanza de la UE. Las eternas discusiones entre la Comisión, el Parlamento y el Consejo Europeos, las prioridades nacionales diversas, la resistencia de los Estados miembros y la ausencia de una visión común no ayudan a tomar decisiones rápidas y efectivas.

Cuando la pandemia de la covid-19 puso en evidencia las vulnerabilidades debidas a la falta de soberanía tecnológica, el Gobierno de España elaboró su Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Este plan “pretende reforzar la resiliencia económica, social, territorial y medioambiental, reduciendo la vulnerabilidad de la economía española y reforzando su capacidad de adaptación en el plano sanitario, institucional, económico y social frente a shocks futuros de distinta naturaleza”. Por lo tanto, cuando hablamos de la seguridad de las personas, no hablamos solo de defensa, sino de proteger a estas personas de múltiples amenazas causadas por muchos motivos diferentes. Pero ¿cómo conseguirlo?

Por ejemplo, el megaproyecto de IA Stargate anunciado en enero de 2025 supondrá inversiones de al menos 500.000 millones de dólares en EE UU. Ningún país europeo puede acercarse ni remotamente a este nivel de inversión. Por lo tanto, si queremos aspirar a un cierto nivel de soberanía tecnológica, necesitamos un nuevo sistema de gobernanza en la UE que nos permita responder a retos de esta escala, no desde las prioridades nacionales, sino desde las prioridades colectivas europeas.

Es en este contexto donde emerge el concepto de autonomía estratégica abierta, adoptado como uno de los pilares clave de la política europea actual. Esta idea busca un equilibrio delicado entre la necesidad de reducir dependencias estratégicas –en ámbitos como la energía, los semiconductores, la defensa o la inteligencia artificial– y la voluntad de mantener una economía abierta al comercio global y a la cooperación internacional.

La autonomía estratégica abierta no es proteccionismo o repliegue económico. Es la capacidad europea de decidir por sí misma proteger sus valores democráticos y mantener su modelo social, incluso en entornos geopolíticos inestables. Implica diversificar cadenas de suministro, fomentar la producción propia de bienes esenciales e invertir en tecnologías clave, a la vez que se cultivan alianzas con socios confiables.

Este concepto es profundamente político. Acepta que decisiones críticas –como desarrollar tecnologías verdes o la defensa europea– no deben depender solo del mercado o de cada Estado miembro. Exige mecanismos de decisión más ágiles y una voluntad real de compartir soberanía para defender intereses comunes.

En la práctica, avanzar hacia una autonomía estratégica abierta requiere una redefinición de las competencias europeas, una inversión sin precedentes en proyectos conjuntos y, sobre todo, una narrativa compartida que convenza a los ciudadanos de que la integración no es una pérdida de control, sino una forma de proteger su bienestar futuro.

Volviendo al informe Draghi, el expresidente del Banco Central Europeo advierte de que Europa está en una encrucijada. O apuesta decididamente por una estrategia de autonomía estratégica que incluya gobernanza eficaz, coordinación presupuestaria y objetivos tecnológicos comunes, o seguirá perdiendo relevancia frente a los gigantes geopolíticos. La UE no puede competir fragmentada ni resistir las presiones globales con estructuras diseñadas para otra época. En su intervención en el Parlamento Europeo en febrero de 2025 Mario Draghi lo dijo bien claro: Europa debe actuar como si fuese un Estado.

El verdadero desafío no es solo económico, sino institucional. La autonomía estratégica abierta necesita un soporte político robusto que legitime las decisiones europeas ante los ciudadanos. Necesita una Europa capaz de actuar como un solo actor en los ámbitos donde la escala global es determinante.

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