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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La suave respuesta de la UE a Apple y Meta puede volverse dura

Las leves multas impuestas a los dos gigantes no reflejan necesariamente la agresividad de Bruselas en el futuro

Tienda de Apple en París.

Hay dos formas de interpretar las relativamente leves multas impuestas por Ursula von der Leyen a las grandes tecnológicas estadounidenses. Una es que los 500 millones y 200 millones de euros impuestos el miércoles a Apple y Meta, respectivamente, significan que la presidenta de la Comisión Europea ha cedido ante la presión de su homólogo, Donald Trump. La otra es que las sanciones por comportamiento anticompetitivo no difieren mucho de lo que la UE habría impuesto de todos modos, y no reflejan necesariamente la agresividad con la que se enfrentará al sector en el futuro. En definitiva, la segunda interpretación es más plausible.

Es cierto que las nuevas multas son insignificantes en comparación con los 4.300 millones que impuso en 2018 la antigua comisaria de Competencia, Margrethe Vestager, a Google. Mientras, en marzo de 2024, Apple fue multada con 1.800 millones por abusar de su posición dominante en la distribución de aplicaciones de streaming de música a los usuarios de iPhone, un ámbito similar al de la última sanción de Bruselas. Dado que las últimas multas impuestas en virtud de la Ley de Mercados Digitales (DMA) de la UE permiten, en teoría, castigar a los infractores con el 10% de sus ingresos –16.000 millones de dólares en el caso de Meta–, podría parecer que Von der Leyen ha suavizado una ley fundamental, tal vez para persuadir a Trump de que abandone su plan de imponer aranceles recíprocos del 20% al comercio de la UE.

Pero el matiz es importante. La DMA, que entró en vigor en 2023, es muy diferente de las medidas antimonopolio de la era Vestager, que solían seguir largos procesos judiciales que abarcaban períodos de infracciones aún más prolongados. También pretende animar a los “guardianes” de las grandes tecnológicas a abrir sus servicios a competidores más pequeños, estableciendo multas que solo se incrementan si se incumplen las normas de forma persistente. Si Von der Leyen se hubiera inclinado por el proceso y hubiera aumentado aleatoriamente las sanciones al máximo, habría comprometido el estatus deseado de la DMA como norma de referencia para regular las tecnológicas.

Uno de los riesgos es que la presidenta parezca débil ante la agresividad de Trump. Pero, en cierto modo, ha utilizado su margen de maniobra para retrasar en la práctica la imposición de las multas. Si se hubieran aplicado según lo previsto, justo antes de los aranceles recíprocos, podrían haber inflamado una situación ya de por sí volátil. Unas semanas más tarde, en medio de una histórica sentencia judicial estadounidense contra Google que podría obligar a su dueña, Alphabet, a dividirse, las multas podrían tener menos repercusión.

En todo caso, Von der Leyen ya ha planteado públicamente otras formas de actuar contra las grandes tecnológicas y contrarrestar los aranceles. Una vía alternativa a la DMA sería animar a los Estados miembros a gravar con impuestos más altos los ingresos por publicidad digital de las big tech. Incluso si Bruselas ha aprovechado algunas de las zonas grises de la DMA para suavizar su golpe, aún le quedan cartas por jugar.

Japón pone límites

“Lo peor que se puede hacer en una negociación es parecer desesperado por cerrarla”, escribió Trump en El arte de la negociación. “Eso hace que la otra parte huela sangre, y entonces estás perdido”. El republicano habría hecho bien en recordar su propio consejo antes de proclamar prematuramente “¡Un gran avance!” en las conversaciones de la semana pasada con Japón.

Los 150.000 millones de dólares en productos japoneses exportados a EE UU el año pasado –un quinto del total de las exportaciones del país– pueden parecer una presión suficiente para alcanzar rápido un acuerdo. Pero los miembros del equipo negociador de Tokio abandonaron Washington sin firmar un nuevo pacto para reducir el arancel del 24% que entrará en vigor en julio, y EE UU les comunicó que no habrá ningún trato especial, según la cadena pública nipona NHK. La delegación tiene previsto regresar para una segunda ronda de conversaciones el día 30, pero el primer ministro, Shigeru Ishiba, ha dejado claro que no tiene prisa por llegar a un acuerdo.

Es una mala noticia para Trump, mientras su Administración se apresura a cerrar acuerdos con 75 socios comerciales en aproximadamente el mismo número de días. Esto se suma a la presión que le ejercen las reacciones del mercado.

Ishiba declaró el lunes ante el Parlamento no cederá a las demandas de EE UU solo para cerrar rápido un acuerdo: “No podremos garantizar nuestros intereses nacionales”. También expresó su “grave preocupación” por la incoherencia entre los aranceles del 25% sobre los automóviles y la promesa verbal de 2019 de que Japón no se vería afectado por los impuestos de EE UU a las exportaciones de automóviles.

Probablemente, se trate de una exageración, ya que esa garantía no figuraba en el acuerdo firmado ese año por Trump y Shinzo Abe. Pero Japón tiene razón al insistir en los compromisos anteriores y probablemente esté en una buena posición para jugar duro. Los analistas de Goldman Sachs estiman que los aranceles del 24% amenazados por la Casa Blanca solo reducirían en 0,2 puntos porcentuales el crecimiento anual de Japón, gracias en gran medida a la fuerte demanda estadounidense de bienes de capital, en los que se especializan los exportadores nipones.

Ishiba incluso ha enviado esta semana una carta amistosa a Xi Jinping junto con una delegación japonesa de alto nivel a China. Hay pocas perspectivas de que Tokio se ponga del lado de Pekín, pero es necesario mantener la segunda relación comercial más importante de Japón y recordar oportunamente a EE UU que no puede dar por sentada su supremacía económica en el Pacífico.

Sin duda, Japón hará todo lo posible por alcanzar un acuerdo comercial antes de la fecha límite. Pero la firme negativa de Ishiba a ceder y su disposición a usar el plazo de Trump en su contra han proporcionado un buen modelo a otros países para hacer sudar al presidente y, posiblemente, en sus propias palabras, sangrar.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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